José López Redonda, conocido en Fisterra como Pepe de Olegario, dedicó toda su vida a la pesca de un pez tan especial como escaso: el mero. Este tesoro marino, codiciado por su sabor y su precio, rara vez se encuentra cerca de la costa y prefiere esconderse en profundidades protegidas, entre restos de naufragios, cascos de barcos y viejas anclas. En su incansable búsqueda del mero, Pepe descubrió algo más que peces: halló cientos de naufragio olvidados a lo largo de la legendaria Costa da Morte. Fascinado, no solo los localizaba, sino que investigaba sus historias y recordaba a las víctimas de estos trágicos accidentes. Durante más de cuatro décadas, creó extraordinarios mapas náuticos que registran más de mil naufragios, un testimonio de por qué estas costas llevan su temido nombre. Hoy, esas cartas se exhiben en lugares como el Museo Naval de Madrid o el Parador Nacional de Muxía. Sin embargo, uno de los misterios más oscuros que envuelven a estos naufragios es la de los piratas de tierra que, según se cuenta, engañaban a los barcos durante los días de tormenta desorientándolos y conduciéndolos a su perdición para saquear su carga y sus riquezas. Esta es la leyenda de los “raqueiros”.

Una de las cartas de Pepe.

La Costa da Morte es una región de litoral gallego comprendida entre los municipios de Ponteceso y Fisterra. Esta delimitación fue creada por los marineros ingleses hace más de dos siglos, ya que consideraban este arco el tramo de costa más peligroso. Los primeros naufragios en estas costas pudieron tener lugar en la Antigüedad, cuando “Finis Terrae” era el fin del mundo conocido por el que navegaban fenicios, romanos o cartagineses.

Su fama mortal comenzó a forjarse mundialmente durante el siglo XIX, ya que se convirtió en una ruta estratégica de paso obligado para los grandes barcos europeos, lo que trajo consigo terribles naufragios, en su gran mayoría de embarcaciones británicas, habituales en estas aguas.

Cabo Finisterre.

Esta costa es un lugar con una gran cantidad de bajíos, con fuertes corrientes y donde los temporales, el feroz clima, las espesas nieblas y los fuertes vientos están presentes buena parte del año. Además, su primer faro no se instaló hasta 1852 y los medios de salvamento y las técnicas de navegación precarias aumentaban todavía más su peligrosidad.https://d-26523576632279289367.ampproject.net/2410292120000/frame.html

El nombre “Costa de la muerte” apareció publicado por primera vez en el diario coruñés “El Noroeste” el 14 de enero de 1904 tras una serie de naufragios consecutivos frente a la costa de Fisterra. Durante años esta denominación fue empleada para referirse de manera despectiva a esta región, hasta que el tiempo la acabó convirtiendo en un reclamo turístico.

Una de las portadas del diario “El Noroeste”.

Desde la Antigüedad, la peligrosidad de estas costas y el hecho de que en ellas se producían naufragios de manera continuada, acabó provocando que, en el año 1168, el rey de León y Galicia, Fernando II, otorgara a sus vecinos la potestad de aprovecharse de los restos y mercancías que quedaban en la orilla tras los naufragios, siempre y cuando no se tratara de barcos de peregrinos que se dirigiesen a Santiago de Compostela.

Estos “derechos de naufragio” también autorizaban al señor feudal de la zona a obtener un porcentaje del valor de los bienes del barco naufragado, lo que hacía que estas prácticas estuviesen legalmente protegidas y auspiciadas por la propia nobleza, ya que suponían unos ingresos que no podían obtenerse por otras vías.

Pero a finales del siglo XIX, Emilia Pardo Bazán y otros autores publicaron algunas historias sobre luces extrañas que, desde la costa, conducían a los navegantes hacia las rocas los días de temporal. Realmente eran trampas mortales creadas por los vecinos, faroles encendidos que colgaban de los cuernos de bueyes y vacas para simular el cabeceo de otros barcos al abrigo de un puerto seguro.

Teóricamente, este mortífero señuelo engañaba a los barcos para que se acercasen a la costa y encallasen, dejando vía libre a los piratas de tierra para hacerse con su carga y su botín. Esta es la leyenda de los “raqueiros”, un personaje muy popular en el folclore gallego, sobre todo, en las zonas costeras.

Recreación artística de “raqueiros” en un naufragio en la costa.

Según las historias, estos sanguinarios farsantes solían asesinar a los náufragos mientras esperaban a que los restos de la catástrofe llegasen a la playa gracias a las corrientes marinas. La participación de los señores feudales y los nobles en estos sucesos no solo se limitaba a quedarse con parte del botín, sino que incluso informaban a los raqueiros de los tipos de barcos y cargas que pasaban por sus costas gracias a informantes en los puertos de partida, para engañar tan solo a los navíos con las bodegas más suculentas.

Aunque estas historias se llevan escuchando durante siglos, fue a partir de un incidente en el siglo XIX, cuando alcanzaron su mayor popularidad, haciendo que Pardo Bazán y otros autores las incluyeran en sus propias obras

Este incidente ocurrió el 19 de diciembre 1850, cuando la goleta británica “Adelaide” naufragó cerca de Estaca de Bares con trece tripulantes y 3 pasajeros a bordo. Solo se salvó su capitán, quien tenía a su esposa y a su hijo entre los ahogados. Sus cadáveres aparecieron en la playa y los enterró en una huerta de Santa María de Atalaya, donde aún hoy se puede visitar su tumba.

Monumento al “Adelaide” en Molland, Devon, Inglaterra.

Se cree que el “Adelaide” cargaba un fabuloso botín de oro y joyas muy codiciado por la nobleza británica, por lo que contactaron con los raqueiros gallegos para solicitar su cooperación para provocar su hundimiento y que se hicieran con la carga de su bodega. Además, coincidió con una época de accidentes continuados, por lo que se corrió la voz de que eran provocados porque los raqueiros colocaban luces falsas para confundir a otros barcos que llegaban en busca del tesoro del “Adelaide”.

Como muchas otras leyendas, la de los raqueiros está basada en acontecimientos reales, pero lo complicado esa saber dónde acaban los hechos y dónde empieza la leyenda. Existían y existen personas que, cuando un barco se hundía, aprovechaban su cargamento en beneficio propio, pero nunca provocando naufragios. Esto es algo que sucede no solo en Galicia, sino en cualquier zona litoral donde las necesidades aprietan.

Muelles de Londres a principios del siglo XIX.

Uno de los pocos lugares de los que existe documentación y referencias reales de este tipo de práctica de piratería desde tierra firme se encuentra en Cornualles, en el suroeste de Inglaterra, donde sí existieron estos personajes, llamados “wreckers”, que formaban banda organizadas, dirigidas por los nobles locales, dedicadas a atraer los barcos a sus costas para después lanzarse al pillaje salvaje y asesinar a los náufragos supervivientes para hacerse con todas sus pertenencias.

Wreckers ingleses en acción.

Al menos en Galicia, no es más que eso, una leyenda, no hay ninguna prueba de que realmente esta práctica se produjese, porque de los casi 4.000 naufragios documentados en nuestras costas, no hay un solo caso de denuncia por un naufragio causado por un engaño con luces desde tierra. Lejos de provocar naufragios, los vecinos y marineros de la Costa da Morte han desempeñado un papel trascendental en el auxilio y salvamento de los barcos accidentado en sus costas con actos heroicos no siempre reconocidos.

Si por algo se caracteriza a sus habitantes es por su generosidad y arrojo, no por colgar faroles a sus vacas. 

Y si alguien tiene dudas, le invito a recordar la hazaña de las heroínas de Sálvora, la gesta en la que tres mujeres arriesgaron su propia vida para intentar rescatar a cincuenta y cinco personas de morir ahogadas.

Las heroínas de Sálvora.

Fuente:elespanol.com