«Versión libre».

Prensa (Extracto)

La mayor tragedia marítima de la ría de Vigo ocurrió la madrugada del 28 de enero de 1978. El motor del congelador Marbel explotó a la altura de Cabo Silleiro y el barco quedó a la deriva seis horas en pleno temporal. Entre olas de ocho metros y vientos de más de cien kilómetros por hora, acabó encallando en las islas Cíes y se hundió. Veintisiete de los 36 tripulantes fallecieron en cuestión de minutos. Ramón Juncal Crespo tenía entonces 17 años y puede contarlo.

«He estado en situaciones muy apuradas, pero nunca en una como aquella», asegura este marinense. No solo por las vidas que se perdieron (otro pesquero hundido en Cíes en 1954, el Ave del Mar, es el único que se acerca con 26 muertos), sino también por la odisea personal que sufrió. Desde que quedó a la deriva en el Marbel hasta que puso pie en O Berbés para ser ingresado en el sanatorio Concheiro, transcurrieron 16 horas en las que ni él ni los compañeros que se salvaron recibieron ningún tipo de auxilio de los estamentos oficiales.

Todo comenzó la tarde del día 27. El arrastrero zarpó de Vigo rumbo a Sudáfrica. A eso de las ocho, el motor empezó calentarse y a quedar sin aceite. «Se produjo una explosión por gases. Les debió quedar una estopa en el cárter cuando hicieron la reparación en Valiño. Hoy, pensándolo en frío, creo que deberían haberse cortado los rieles, pero… El caso es que la única solución del capitán en ese momento era pedir socorro», relata Juncal, que era engrasador.

Tal y como reveló La Voz de Galicia en una crónica de Carmen Parada y Antonio Ojea sobre el accidente, «la primera llamada de socorro fue captada a las diez y media de la noche por un radioaficionado coruñés». Este dio cuenta del mensaje a la Comandancia de Marina de Vigo. Más tarde se descubriría por qué nadie atendió el SOS del Marbel durante hora y media. «El que estaba de guardia en la Costera se había ido a buscar el quiñón de un barco de amigos al puerto», recuerda Juncal. Lo que siguió es más indignante, si cabe: tampoco se movilizó la comandancia, pese a que había remolcadores atracados en puerto y a que estaba la base de la Armada en la ETEA. Siguieron durmiendo.

«El primer barco por la zona que acudió al rescate fue el Navegante Magallanes, del Gran Sol. Nos dio remolque, pero le rompió el cable al empezar a tirar. Luego fuimos a las piedras en Cíes, bajo los acantilados del faro, y ya se complicó todo. El barco se rompió por el puente al pegar dos golpes y la popa desapareció». Juncal explica que los primeros cinco tripulantes que estaban en la parte delantera se salvaron sin tocar el agua: «No sufrieron ni un arañazo, la proa se metió debajo de la piedra y saltaron en seco». Él era el séptimo, detrás del redero. «Cuando nos tocó a nosotros, el barco se liberó de la roca y salió disparado para arriba. Nos largó hacia atrás, hacia el palo de proa. Ahí ya me hice un corte en la cabeza, rompí la boca y sufrí golpes en el menisco. Cuando el barco se enderezaba me echó tres veces por fuera, quedaba colgado de la barandilla. Del redero ya no supe…». Un golpe de mar le propulsó hacia las piedras. Se había quedado en calzoncillos. Tras una hora en una poza, exhausto, le ayudó a subir un compañero de Ons con la espalda desgarrada por mejillones de roca. Los otros supervivientes, de los que tardaría en saber, fueron un vecino suyo al que había ayudado a enrolarse, el cocinero y el único marinero que se salvó en popa.

En tierra comenzó otra epopeya: subir por el acantilado de noche, de roca en roca, sufriendo las inclemencias del tiempo entre tojos y zarzas y parando cada poco a coger aliento. «Lo pasé peor en la isla que mientras estuve en el barco», sostiene Juncal. Llegaron a Rodas por la mañana. Allí descubrieron que los compañeros que habían saltado a Cíes en seco, con botas y toda la ropa puesta, dormían entre mantas en una casa. Tras reprocharles que no hubiesen acudido en su ayuda, Ramón se abrigó y bebió algo de vodka, lo único que encontró a mano. A las once vieron pasar al pesquero cangués Carolo. Desesperados, le hicieron señales con una sábana. Los recogió y transportó al Berbés, donde tuvieron que subir al muelle por una tabla de obra.

Dieciséis horas sin rastro de la administración, civil o militar. Juncal recuerda que cuando apareció el capitán de la comandancia las pescantinas lo querían tirar al agua. «En el naufragio del Marbel se tapó lo que no está escrito. Aquello fue un escándalo. Hoy tendría que dimitir mucha gente», dice desde su experiencia actual. Seis meses después de la tragedia volvió a trabajar y encadenó 17 años en Noruega y Canadá, ya como patrón. Del terrible episodio le quedó sobretodo una enseñanza: el respeto al mar.
Radio Costera de Algorta.

Dirigió desde el primer momento el Mayday del Marbel.