Es sobradamente conocido (que no reconocido) el decisivo papel de la mujer en el mar gallego, pero apenas empezamos a saber más de otras facetas como la de propietarias de fábricas o —más ignorada aún— su vertiente como corsarias, un proceso de saqueo regulado en el que destacaban Vigo y Pontevedra.

Mujeres faenando en la ría de Pontevedra en una imagen histórica del fotógrafo Pacheco.

A principios del siglo XIX, la entonces todopoderosa Compañía de las Indias Orientales, la mismísima dinastía Quing y el imperio portugués tenían un objetivo preferente: parar a Zheng Shi. De origen humilde, esta mujer se había casado con un destacado pirata y al enviudar ella pasó a capitanear toda su flota —nada menos que 400 barcos y entre 40.000 y 60.000 hombres— dominando durante años prácticamente todo el Mar de China Meridional. Fue una pionera, con su propio código (ejecutaba por ejemplo a cualquier tripulante que violara a una prisionera) y casi 200 años después de su muerte sigue siendo recordada como la impresionante líder que fue.

También es sobradamente conocido el trabajo fundamental de las gallegas en el mar. En un país con 1.500 kilómetros de costa, ellas no solo fueron la mano de obra marisquera o de las factorías sino también propietarias de los medios de producción, como las fábricas de salazón y las armadoras. Apenas se está empezando a indagar no obstante en su papel como corsarias; la historiografía solo está en el arranque de ahondar en la historia de estas mujeres que organizaban expediciones para capturar barcos de países con los que España estaba en guerra.

«Es un tema inédito hasta este momento», reconoce el historiador Xosé María Leal Bóveda, que la próxima semana será uno de los ponentes de las jornadas «Emprendedoras e muller do mar: finanzas, traballo e comercio marítimo en perspectiva histórica» que tendrán lugar en el campus coruñés de Elviña con motivo del 8M.

Más o menos coincidiendo con la etapa activa de Zheng Shi, en el último tercio del siglo XVIII y principios del XIX, Vigo se convierte en el principal centro corsario gallego, en dura competencia con A Coruña, y uno de los más importantes de la península. A mayores de la ciudad olívica, también en Pontevedra «establecieron sus bases armadores de corso franceses, que eran los principales en lucha contra Inglaterra», señala el historiador.

En la Boa Vila armarán el corso «comerciantes hiperafamados» como Cobián o los Gagos de Mendoza, y (de nuevo a semejanza de Zheng Shi) «sus viudas, como la de Villamil de Ribadeo, o como la mujer de Viéitez de Santiago, vienen a Pontevedra para seguir con la actividad de sus esposos muertos».

En la Boa Vila armarán el corso «comerciantes hiperafamados» como Cobián o los Gagos de Mendoza, y (de nuevo a semejanza de Zheng Shi) «sus viudas, como la de Villamil de Ribadeo, o como la mujer de Viéitez de Santiago, vienen a Pontevedra para seguir con la actividad de sus esposos muertos».

La viuda de Villamil, explica, es un caso arquetípico: su marido era uno de los principales comerciantes marítimos del Cantábrico, y a su muerte ella arma el corso en Ribadeo «pero dándose cuenta de que en Vigo había una base importantísima corsaria viene a esta provincia a fletar sus barcos. Es más, los comerciantes y armadores del corso de Vigo y Pontevedra van a negociar luego con ella determinadas presas que había capturado en Ribadeo; y hay una relación de venta de esas presas entre el norte Cantábrico y el sur de las Rías Baixas muy marcada e inédita en la historiografía gallega. Y ahí están ellas: en la armazón del corso».

A diferencia de la piratería, que actuaba por su cuenta, el corso era una patente de la Corona. «Cuando entraba en guerra contra algún país -y España en el siglo XVIII entra creo que son 31 veces, 11 contra Inglaterra, su principal rival en el mar- una forma de pelear contra el enemigo es asfixiar sus líneas de comercio», señala el historiador.

Las islas Cíes se convirtieron en un punto clave, un nido en donde se refugiaron los corsarios de la provincia.

Los españoles buscaban sobre todo cortocircuitar las líneas entre Oporto y Londres, y para ello atacan barcos ingleses y de Portugal, socio comercial de los británicos.

Las islas Cíes se convirtieron en un punto clave, un nido en donde se refugiaron los corsarios de la provincia.

Por su parte, los ingleses respondían atacando y autorizando el apresamiento de cualquier barco con productos españoles.

Una vez conquistado el barco por los corsos, se llevaba de inmediato al puerto base, donde se subastaba el buque y su mercancía. Un quinto de lo apresado se entregaba en pago a la Corona, así como una finanza de corso, a cambio de que ella suministrase el armamento, la pólvora etc.

Una vez conquistado el barco por los corsos, se llevaba de inmediato al puerto base, donde se subastaba el buque y su mercancía. Un quinto de lo apresado se entregaba en pago a la Corona, así como una finanza de corso, a cambio de que ella suministrase el armamento, la pólvora etc.

Pujado y vendido el buque y satisfecho el pago a la Corona, se repartían los beneficios. La mayor parte correspondía al armador y los capitanes y tripulantes se llevaban un porcentaje estipulado en la contrata. Incluso la Real Armada Española, al igual que la Royal Navy, participaron en estos saqueos regulados en los que tuvieron un papel destacado esas desconoidas corsarias gallegas.

La suerte de las mujeres capturadas en los barcos: ser vendidas al mejor postor

A las tripulaciones de los barcos capturados por los corsarios les esperaba una suerte desigual, en todo caso entre mala y catastrófica. Si el buque «era de poca enjundia», señala Leal Bóveda, sus ocupantes corrían bastante peligro, «sencillamente se deshacían de ellos, los situaban en una isla, en un puerto remoto desconocido o si molestaban mucho se tiraban al mar».

En caso de que algún navegante fuese importante (Cervantes es un ejemplo) los captores podían solicitar un rescate.

Era rarísimo que en las tripulaciones figurasen mujeres, salvo alguna esposa del primer oficial. Y eso no sugería nada bueno: si se asaltaba con éxito el barco eran vendidas, literalmente, al mejor postor.

Fuente:farodevigo.es