Hace un par de semanas me pusieron una multa. No busco consuelo: me pescaron usando el móvil mientras conducía por calle Venezuela, en Vigo. «¿Sabe usted por qué la hemos mandado parar?» «Pues sí», dije; «muy merecida», mascullé. Cien euros y tres puntos menos. No solo me ha servido para perder mi insana conciencia de inmunidad —tardé tres años (creo) en pillar el COVID y me tenía por una especie de ser vivo invulnerable, mientras en mi entorno iban cayendo como mosquitos—, sino para aprender. A base de salir escaldada, que suele ser la receta habitual: no se puede usar el teléfono con el coche y punto. Y no por lo jodido de perder mis queridos tres puntos, que también, pero es que también entiendo que es peligroso.

Es curioso cómo de tupido se vuelve el manto de pretenciosidad cuando nos enfrentamos a situaciones que sabemos que entrañan un riesgo grave. Hasta que nos come la realidad y reparamos en que, ¡uf, ha estado cerca…!

No sabemos qué ocurrió a bordo del palangrero gallego Pico Tresmares que derivó en un incendio que la tripulación no pudo controlar. Y no vamos a aventurarlo porque no hemos hablado con ningún miembro de la dotación del pesquero, porque no hemos logrado contactar con su armador y porque, sobre todo, no somos técnicos. Pero hay cosas que sí sabemos, contrastadas, y por eso las hemos contado mi compañero Adrián Amoedo «ya llevamos unos cuantos naufragios» y yo.

Primero, que el Pico Tresmares no emitió señal de socorro. No hubo aviso a otros buques por VHF y tampoco saltó la radiobaliza; incluso sin que el buque hubiese zozobrado lo suficiente —este dispositivo se activa con presión hidrostática—, podría haberse accionado manualmente. Fue el VMS, la caja azul, la que dio la alerta en medio de la madrugada porque llevaba seis horas sin emitir señal. No creo que debamos ilustrar con detalle qué hubiese sucedido sin este aviso, con 19 personas en dos balsas de goma a más de mil millas de la costa. Y segundo, que los tripulantes –al menos, la mayoría—estaban en esos botes salvavidas sin chaleco, en ropa de calle, a punto de enfrentarse a una noche de tormenta.

A mí me hizo falta una multa para aprender la lección. Y os ruego que no me tengáis por una mensajera del arte del castigo, pero, para mí, que la Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes Marítimos (Ciaim) emita medio centenar de recomendaciones al año, basadas en siniestros, y que la inmensa mayoría ni se contesten ni cumplan, me parece que evidencia la necesidad de dar un repaso a los protocolos.

Y, sobre todo, hacerlos cumplir. No nos cansaremos de decirlo, especialmente con la instrucción del hundimiento del Villa de Pitanxo a punto de concluir. Porque pedir relevo generacional queda estupendo en la tele. Pero solo ahí, en la tele. Hay que demostrar lo que el sector merece.

Fuente:farodevigo.es