El Príncipe de Asturias, el mayor transatlántico español de su época, se hundió en cinco minutos frente a Brasil en 1916, dejando más de 440 muertos tras chocar contra arrecifes.

Era la madrugada del 5 de marzo de 1916 cuando el transatlántico más lujoso jamás construido por España se desvaneció en el Atlántico frente a la costa brasileña. Lo que debía ser una travesía hacia una nueva vida en América del Sur, el Príncipe de Asturias terminó protagonizando una de las mayores tragedias marítimas del siglo XX. En apenas cinco minutos, este coloso de acero se hundió, arrastrando consigo a más de 440 personas, muchas de ellas migrantes anónimos.

Construido en Escocia en 1914, el Príncipe de Asturias era una joya de la ingeniería naval. Con doble casco, 150 metros de eslora y equipado para transportar tanto carga como pasajeros, se pensaba que nada podía hacerlo zozobrar. Tenía camarotes de primera clase con bañeras y salones privados, restaurantes separados por clases, cocina internacional refinada y hasta una sala de música. Pero el lujo flotante ocultaba una realidad un tanto desigual. En las cubiertas bajas, los migrantes viajaban en condiciones austeras, en cuartos diminutos, y muchos de ellos sin ventanas.

El barco zarpó desde Barcelona con rumbo a Buenos Aires, con escalas previstas en Las Palmas, Santos y Montevideo. A bordo viajaban comerciantes, artistas, sirvientas, estudiantes, industriales y labradores. Españoles, italianos, portugueses, franceses, brasileños, sirios y hasta ingleses compartían cubierta, sueños y el destino trágico que los aguardaba.

Un cambio de rumbo catastrófico

La noche previa al naufragio, mientras en el salón se celebraba el carnaval con marchinhas y danzas, una tormenta azotaba el litoral brasileño. Con visibilidad casi nula, el veterano capitán vasco José Lotina optó por una maniobra que resultó en desgracia. Desvió la ruta habitual para evitar el mal tiempo y se adentró sin saberlo en una zona infestada de arrecifes frente a Ponta da Pirabura, en Ilhabela.

A las 04:15, el casco del transatlántico sufrió un poderoso impacto. De golpe, la estructura tenía una brecha de 40 metros de largo, y en apenas unos segundos, la sala de máquinas se anegó, las calderas explotaron y el barco se partió en tres. Fue una reacción en cadena de desastres. A diferencia del Titanic, que se hundió en algo más de dos horas, el Príncipe de Asturias pereció al fondo marino en cinco minutos.

Solo 143 personas sobrevivieron. Los cuerpos de Lotina y su primer oficial nunca fueron recuperados. Muchos pasajeros, jamás identificados, siguen siendo cifras sin nombre. Las pérdidas materiales también se hicieron notar. El navío cargaba toneladas de metales, cables de alta tensión, vino portugués y 12 estatuas de mármol y bronce destinadas al Monumento a los Españoles en Buenos Aires. También se rumorea, según algunos reportes recogidos por BBC, que transportaba 40.000 libras de oro, jamás encontradas.

Acomodado en el fondo del mar

Hoy, los restos del Príncipe de Asturias yacen entre 9 y 30 metros de profundidad. El lugar es un santuario oscuro, peligroso y de difícil acceso para buzos. Aun así, algunos, como Joao Paulo “Johnny” Franco, submarinista profesional, han logrado sumergirse. Según BBC, se han recuperado platos, bañeras, muñecas, cubiertos y una de las estatuas, ahora expuesta en el Museo de la Marina de Río de Janeiro.

Desde 2022, muchas de estas piezas se exhiben en el Museo Náutico de Ilhabela, que ya ha recibido más de 85.000 visitantes. La historia de este naufragio, rebautizado en Brasil como el “Titanic brasileño” pero más apropiadamente recordado como el Titanic español, sigue fascinando y conmoviendo por igual. Bajo las turbias aguas del Atlántico sur, la memoria del Príncipe de Asturias sigue flotando entre preguntas sin respuesta y silencios de acero oxidado.

Fuente:as.com