
La avilesina es primera oficial de un buque mercante.
Esta vecina de Avilés descubrió su interés por el oficio de marinero por pura casualidad. A sus 36 años no solo navega los mares sino que además conquista los cielos.
Desde pequeña, Inmaculada Sánchez Pérez-Blanco soñaba con trabajar en el mundo del deporte y tenía claro que estudiaría una carrera universitaria relacionada. Pero, al suspender una asignatura en el último curso y tener que presentarse a la PAU en segunda convocatoria se vio obligada a replantearse su futuro académico. «Me quedé sin plaza en INEF», dice. Mientras pensaba qué camino tomar después del bachillerato, un día su padre se topó con un viejo amigo que era propietario de un barco. Este los invitó a conocer la embarcación y les compartió algunas de sus vivencias en alta mar. Fue entonces cuando empezó a sentir interés por el oficio de marinero y emprendió la aventura de esta profesión, sin imaginar que llegaría a ser primera oficial.
Como estaba convencida de que quería trabajar en el sector naviero, esta avilesina se matriculó en el grado de Marina Civil que se imparte en el Campus Universitario de Viesques, en Gijón. «Aunque, si te digo la verdad, no sabía ni lo que era», confiesa. A la hora de elegir la especialidad, Inma optó por marinero de puente, ya que el tema de las máquinas no le llamaba mucho la atención. A pesar de que eligió sus estudios casi por descarte, con el tiempo descubrió que esa decisión fue realmente acertada y ahora considera que fue «lo mejor que me ha pasado en la vida». «Es una carrera que me llena mucho, es que me encanta navegar», reconoce a sus 36 años.
Empezó a surcar los mares cuando apenas tenía 23 años. «Comencé a navegar como alumna de puente», dice. Se aventuró en un barco de reducidas dimensiones con el que navegó por todo el mundo. «Trasportábamos carga general, desde bobina y chatarra hasta grano. Llevábamos la mercancía a Francia, Italia…y el último viaje fue a Turquía», cuenta de esa experiencia que tiene grabada a fuego en su memoria. «Nunca la olvidaré porque además embarqué en Avilés, desde mi tierra, y mis padres me estaban viendo. El capitán me dejó tocar el tifón y eso me hizo muchísima ilusión», recuerda con esa sonrisa que tanto la caracteriza.
En compañía de marineros de diferentes nacionalidades, Inma navegó en este pequeño barco durante seis meses. Fue el tiempo suficiente para darse cuenta de que trabajar en el mar era lo suyo. Durante ese período, adquirió experiencia y confirmó su pasión por la vida del marinero. Siguió formándose. Para poder obtener el título de oficial de puente tuvo que embarcarse otro medio año. En esta ocasión, lo hizo en un buque mayor. «Estuve transportando contenedores desde la Península hasta Canarias y también me gustó mucho porque vi otro tipo de carga», cuenta la avilesina, quien aprovechó la ocasión para conocer el archipiélago.
A continuación comenzó a trabajar en un barco diseñado para transportar mercancías químicas, como amonno teniaco, gas butano o propano. Durante varios meses se empleó en este carguero especializado hasta que pasó a formar parte de la tripulación de un metanero. Desde entonces, la avilesina lleva gas natural licuado por todo el mundo. Con este buque tanque ha recorrido desde los países árabes hasta la costa india, pasando por diversas regiones de Asia como Japón e Indonesia, así como Latinoamérica, el Mediterráneo e incluso el Mar del Norte. «Vamos a donde nos manden», dice Inma, quien consolida así su experiencia en el sector marítimo.
La avilesina ejerce como primera oficial de cubierta en este buque tanque. «Algún día llegaré a ser capitán», asegura ilusionada. La titulación ya la tiene pero necesita acumular más años de experiencia. Mientras llega el momento de estar al mando de todo, se encargará de asegurar que el barco funcione de manera segura y eficiente, además de comprobar que se cumplan todas las normativas y reglas de navegación y seguridad. «Al principio, era un puesto que me inspiraba mucho respeto, pero ahora que lo ocupo, me gusta mucho, no solo porque dirijo a un equipo humano, sino porque siento que el barco es como si fuera mío», reconoce.
En este punto explica que el barco es como una ciudad a la que también hay que cuidar. «Tiene un hotel con sus habitaciones y sus huéspedes, que en este caso somos la tripulación. Cuenta con una cocina, que precisa supervisión; requiere una gestión de la basura, además de un mantenimiento de sus calles, es decir, hay que cuidar de la cubierta. Por supuesto, también hay que encargarse de la mercancía, algunas cargas son más fáciles que otras. La que transporto ahora es muy delicada: hay que controlar la temperatura, la presión… y hasta la forma en la que navega el barco», señala Inma, quien se reparte las tareas con el resto de oficiales.
En su caso se ocupa de todo el tema médico. Se encarga de que tengan a bordo todas las medicinas obligatorias, que no son pocas, ya que navegan a más de 60 millas de la costa y eso requiere llevar un botiquín especial. Si alguien se pone enfermo es la responsable de sus cuidados, por lo que inmediatamente se pone en contacto con el servicio de radio médico, que está disponible las 24 horas. Es también la responsable de que reine el orden en el barco, además de elaborar informes, supervisar las tareas del equipo, coordinar las operaciones diarias y garantizar que todo funcione conforme a los protocolos establecidos.
Son numerosas las tareas que debe desempeñar. Sin embargo, para ella, el mayor desafío de ocupar el puesto de primera oficial de cubierta es mantener la calma cuando surge un problema o un contratiempo. «Al final, tienes muy poco tiempo para solucionarlo», explica Inma, quien procura seguir siempre todos los procedimientos establecidos por la empresa, de modo que, si algo falla, sea porque inevitablemente tenía que fallar. Gestionar un equipo es también un reto para ella porque implica mucho más que asignar tareas: muchas veces hay que trabajar desde lo psicológico, conocer bien a las personas con las que convive.
Considera fundamental saber en qué destaca cada miembro del equipo para poder apoyarse en sus fortalezas. A veces, dice, el reto está en cómo transmitir ciertas decisiones, como informar de que habrá que trabajar más horas para resolver un problema urgente, o explicar que se tomará una solución provisional que luego se perfeccionará. «Tratar con personas distintas a uno mismo no siempre es fácil; con algunas se tiene más afinidad que con otras, y eso también hay que saber gestionarlo», asegura. Al final para que se respire un agradable ambiente en el barco se requiere una buena convivencia durante los tres meses que están en alta mar.
Aunque está mucho tiempo fuera de casa y lejos de los suyos, Inma es la mujer más feliz del planeta cuando se adentra en las profundidades del océano. «Navegar es muy pero que muy bonito. Estás en otro mundo, que es completamente desconocido para la gente de tierra», resalta la avilesina, quien a menudo observa amaneceres impresionantes y unos cielos increíbles, a parte de avistar ballenas, delfines, focas e, incluso, pingüinos. «Es que ves de todo», asegura.
Durante su travesía también descubre otras culturas, puesto que trabaja con marineros de diferentes nacionalidades, y eso es algo que le llena el alma. De la misma manera, el hecho de conocer nuevos rincones del mundo, aunque sea por poco tiempo, le resulta enriquecedor. «Por el tipo de barco en el que navego no puedo visitar muchos sitios porque si todo sale bien no estamos más de 24 horas en el puerto. Ahora sí, cuando desembarcamos, la empresa en la que estoy me da la oportunidad de cogerme unos días de descanso para conocer la región», detalla.
En cada viaje por las extensas aguas del mar, Inma ha presenciado historias dignas de ser contadas. Una de esas vivencias únicas tuvo lugar en un desatraque. «Estábamos en Indonesia y cuando nos preparábamos para zarpar, había un cocodrilo en el muelle. Los amarradores, por supuesto, no se querían acercar para soltarnos los cabos. Al final tuvimos un retraso de tres o cuatro horas, hasta que lograron echarlo. Nosotros lo veíamos todo desde arriba, y la verdad, fue impresionante: era enorme», recuerda de ese momento inédito.
¿Cómo es vivir un temporal?
En alguna que otra ocasión, mientras surcaba el océano, fue sorprendida por condiciones climáticas adversas. «Pillamos muchos temporales pero el más gordo fue en el mar del Norte. Las olas eran muy grandes, íbamos muy despacio, intentando capear», rememora. En ese momento, estaba en la cubierta, bien agarrada, y pensaba: «Me da respeto pero a la vez confío». «Siempre confío al 100% en las cuatro chapas del barco», asegura, sin ningún tipo de temor.
Aunque a veces se ve atrapada por el mal tiempo, ella y el resto de la tripulación tratan de evitar la tempestad. «Siempre estamos pendientes de los partes y avisos meteorológicos, pero hay ocasiones en las que los temporales te sorprenden, y en el Mar del Norte, simplemente no puedes hacer nada», reconoce. De todas formas, están preparados para lo que pueda pasar. «Para llegar a ser oficiales, aparte de hacer la carrera, tenemos que sacar unos certificados, entre ellos, la formación en equipos de salvamento», dice.
Preparados para lo que pueda surgir
Llevan además unos procedimientos «muy marcados» y realizan simulacros cada fin de semana, como por ejemplo, de abandono de buque o de incendio, para que en caso de emergencia sean capaces de actuar de manera automática. «Aquí no solo tenemos que ir al punto de encuentro sino que también tenemos que intervenir directamente sobre la emergencia. Es decir, si hay un incendio, nosotros somos los bomberos. Si ocurre un accidente, como que alguien se caiga, somos nosotros quienes rescatamos, evacuamos y brindamos la atención inicial», explica. Están, por tanto, capacitados para hacer frente a cualquier tipo de imprevisto.
Una mujer, en un mundo de hombres
Y, por supuesto, Inma está más que preparada para desempeñar en un oficio que tradicionalmente ha sido de hombres. «Pocas veces coincido con otras mujeres», asegura al referirse a la escasa presencia femenina en el sector. Aun así, destaca que cada vez son más las que se animan a embarcarse y abrirse camino en el mundo marítimo, aunque todavía queda mucho por avanzar en igualdad y visibilidad.
«En nuestro mundo todavía somos menos, pero estamos ya en todos los puestos, tanto en los más altos como en los más bajos. Hay desde marineras hasta capitanas, hasta prácticos de puerto», señala antes de reconocer que el hecho de contar con referentes es una fuente de inspiración. « Al ver que hay mujer que han llegado a lo más alto, piensas: “Pues yo también puedo”», confiesa agradecida del camino que han abierto.
Aunque en su trabajo como primera oficial está prácticamente rodeada de hombres, Inma nunca ha recibido un trato desigual por ser mujer. «Puede que sea por mi carácter, pero en verdad, nunca me he sentido discriminado. Sí que es verdad que siempre están los típicos chistes machistas pero nunca me los tomo a mal. De hecho, antes los hombres solo hablaban de chicas pero ahora ya en las conversaciones hacemos comentarios sobre los hombres», dice.
Esa naturalidad forma parte de cómo vive su profesión en igualdad. «Cuando estoy desempeñando mi función, siempre digo que no somos hombres ni mujeres, sino marinos. Por eso, cualquier tarea que realiza un hombre también la puedo hacer yo» asegura y añade: «Cuando los demás ven que sabes desenvolverte, dejan de ofrecerte su ayuda, porque entienden que no la necesitas».

Volar es otra de las pasiones de Inma.
Inma no solo navega los mares sino que además conquista los cielos. En su tiempo libre, esta avilesina pilota ultraligeros. «Aunque navegar es mi pasión, me encanta volar. Eso sí, lo de piloto me lo tomo como un afición porque no me gustaría trabajar de ello. Me parece mucho más interesante los barcos que los aviones», confiesa. Compagina el vuelo con el buceo y cuando está en tierra aprovecha para realizar senderismo, andar en bicicleta, entre otros deportes. Saca, por supuesto, tiempo para estar con sus seres queridos, ya que cuando se embarca pasa mucho tiempo lejos de ellos.
Si hablamos de futuro, la avilesina se quiere «curtir» en el puesto que ocupa y seguir aprendiendo mucho para, algún día, poder dirigir un barco. «Llegaré a ser capitana», dice ilusionada. Y ya si sueña en grande espera poder ser práctico de puerto, quiere poder ser esa marinera que ayude al capitán de un barco en las maniobras de entrada y salida de un puerto, así como en otras situaciones de navegación en aguas restringidas. Llegue a donde llegue, lo que tiene claro es que su carrera profesional siempre va a estar ligada al sector naval. «Me gustaría dedicarme siempre a algo relacionado con el mar o los barcos», confiesa.
Fuente:lavozdeasturias.es
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