Alejandro Gandul Hervás presenta este viernes en el Centro de Congresos de San Fernando ‘Bajo las columnas de Hércules’, donde recopila abundante información de estas embarcaciones que se hundieron entre 1837 y 1939.

Bajo las aguas del litoral gaditano hay restos de al menos 103 naufragios documentados de buques mercantes a vapor que se hundieron entre Cádiz y Ceuta entre 1837 y 1939. Todos ellos han sido identificados por el instructor nacional buceo deportivo y buceador profesional Alejandro Gandul Hervás que, inspirado por el halo histórico y tecnológico que envuelve a este tipo de embarcaciones, decidió recopilarlas en el libro ‘Bajo las columnas de Hércules. Naufragios de vapores mercantes Cádiz y Ceuta’, que este viernes presenta en el Centro de Congresos Cortes de la Real Isla de León en San Fernando», a las 19.15 horas.

«Este tipo de embarcaciones me inspiran algo especial, no solo por la época del cambio de la vela al vapor y lo que aquello supuso para los marinos cuando pasaron a navegar también a contracorriente, sino por la cercanía en el tiempo, pues me he encontrado con gente, antiguos buceadores o pescadores con los que me he entrevistado que recordaban en qué punto exacto se habían hundido algunos de estos barcos».

Con algunos de ellos se ha topado frente a frente bajo el mar, aquellos que hoy se encuentran en zonas de mejor visibilidad o a poca profundidad, «aproximadamente he buceado un quince por ciento del total». Gandul ha podido identificar las hélices, proas o popas.., que acto seguido le han llevado a bucear en otro tipo de fuentes, las documentales, para armar el puzzle y completar la información de cada una de estas embarcaciones, «algunas recogidas en la base del Centro de Arqueología Subacuática», desde donde controlan hasta 535 naufragios históricos del siglo XV al XX.

Así, durante años ha ido comparado lo que sus ojos han visualizado bajo el agua con lo que ha localizado en bases documentales, archivos y hemerotecas de la Biblioteca Nacional de España; el British Newspaper Archive; la Biblioteca Nacional de Francia; el Archivo General de Marina Álvaro de Bazán en el Viso del Marqués, así como en ‘Diario de Cádiz’, ‘ABC’ y ‘La Vanguardia’, junto a otras webs especializadas en construcción naval y varias obras escritas relacionadas con el tema. «Aunque cuando he buceado compruebo que puede pertenecer a tal o cual pecio en función del lugar donde se ubica, el tipo de máquina, el número de calderas, etc, simplemente lo planteo como hipótesis, no lo confirmo, pues tengo que dejar claro que no he excavado ninguno de ellos».

La mayoría se encuentran hundidos en aguas de Conil y de Tarifa, donde está por ejemplo el vapor RMS Don Juan, hundido en 1837, «que se trata de uno de los pocos conocidos a paleta, junto a otros dos en Grecia y en el Caribe», explica a modo de curiosidad. El último documentado es del año 1939, «cuando el vapor alemán Glücksburg se perdió en Chipiona».

De cada uno de ellos «aporto la mayor información posible encontrada, tanto escrita como gráfica, incluyendo en algunos de ellos imágenes submarinas de los que he podido bucear».

En cuanto a la gran cantidad de naufragios producidos a lo largo de este siglo, apunta que «podría deberse a la falta de tripulaciones preparadas, pues los marinos de verdad preferían seguir navegando a vela, por lo que empezaron a tirar de personal que trabajaban con máquinas a vapor, pero en tierra, a lo que se unía el exceso de confianza de dichas tripulaciones en las ayudas a la navegación como los faros, así como el pensamiento de que el motor podía ser infalible ante las condiciones del mar, pero no era así».

Una obra que no se presenta como una mera recopilación de naufragios, cuenta Alejandro Gandul, sino que se centra en una primera parte en las propias características de estos buques, cómo eran sus máquinas, tripulaciones, organismos y gentes que ayudaron cuando naufragaron, las ayudas a la navegación, las corrientes y los peligros de estas aguas, además de narrar en la última parte otra faceta curiosa como el hecho de cómo fueron desguazados muchos de estos barcos al acabar la guerra civil para usarlos de materia prima para la siderurgia. Una cuestión impensable hoy día, pues buena parte del litoral gaditano y todos los barcos que ahí yacen están protegidos desde 2009, cuando la Junta declaró las zonas de servidumbre arqueológica, previniendo ante cualquier tipo de expolio.

Fuente:diariodecadiz.es