El velero fue finalmente comprado por Escocia donde triunfa como atracción turística
Entre los símbolos ya extinguidos de Ferrol, reluce el Galatea cual joya perdida en el tiempo. «Como un buque corsario esplendoroso, que con la lluvia fina de mediados del XX parecía un fantasma en el Arsenal; un sueño hecho realidad que acabó achatarrado y robado», recuerda Jaume Matamala. Jesuita, militar y al final informático, este catalán casado con la ferrolana Marta Roig pasó dos años en este buque escuela. Y relata la historia de la nave junto a Antonio Gómez en el libro Ocaso y expolio de un velero. Galatea. Este barco tuvo más vidas que un gato, desde nacer como mercante a los años dorados en la Armada española o la agonía en Sevilla. Con el tiempo, resurgió como Ave Fénix y volvió a su ciudad natal: Glasgow, donde ahora es una de sus grandes atracciones turísticas.
Al igual que la ciudad naval, el Galatea tuvo tantas subidas como bajadas. Según Matamala, «fue construido en 1896 en Glasgow (Escocia) y pasaría por diferentes nombres como Glenlee, Islamount o Clarastella». Primero ejerció como mercante de aceite o barriles de whisky. Acabó en España en 1922, al principio para guardiamarinas y a partir de 1928 («cuando el Juan Sebastián Elcano le tomó el relevo») para suboficiales y marinería.
En Ferrol permanecería de 1922 a 1985, cumpliéndose ahora los 65 años de su última navegación: un periplo en 1959 por Bahía, Dakar o Punta Delgada. Atrás quedarían mil historias: «Como cuando se hacinaban a bordo 230 tripulantes durmiendo en el sollado y entre ratas, o cuando soportó 35 grados bajo cero en un Nueva York helado». Participó en la Guerra Civil con el bando nacional y en la II Guerra Mundial fue perseguido por un submarino nazi. Tras dejar de navegar, quedó amarrado en el puerto de Ferrol dedicado a la formación.
Las 4.000 singladuras
En esos días de hielo y parajes exóticos, la nao sumaría un total de 4.000 singladuras. Cuenta Matamala que «si se contabilizan todas las horas operativas nos daría como si estuviese navegando sin parar durante 30 años, sus marinos se repartieron por todos los barcos de la Armada y algunos lograron grandes gestas». Este investigador se formó en este buque en Ferrol entre 1966 y 1967, y después en el Almirante Lobo entre 1968 y 1969.
De sus tiempos ferrolanos, cuenta una vívida estampa de pensiones repletas por los militares, «las lavanderas ocupadas, los ultramarinos, bares y restaurantes llenos como el Lepanto, El Sur, o los chocolates con churros en Bonilla». A partir de 1981 el Galatea se fue para A Graña y empezó el saqueo: «Era el árbol caído del que todo el mundo hace leña, todos querían llevarse algo de recuerdo… cuando llegó a Sevilla ya era un juguete roto».
En la capital de Andalucía permanecería desde 1985 a 1993, «era ya un cadáver, Ferrol lo dejó morir, pero en Sevilla aún fue incendiado, hundido y ocupado por mendigos o chatarreros». Para renacer, tuvo que ser comprado de nuevo por Escocia. En Glasgow reluce ahora restaurado junto al museo Riverside. Vuelve a llamarse Glenlee. Y a veces sueña con sus años de gloria y caída. Como cantaban Madness, Rise and fall. Como cantaban The Clash, Death or Glory.
Fuente:lavozdegalicia.es
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