Lo que más asustaba a los marineros en la Edad Moderna y hasta tiempos bastante modernos no eran ni los piratas ni los naufragios, sino las enfermedades y, en particular, una muy temida.

Cuando hoy bebemos un vaso de zumo de naranja, rara vez pensamos que ese sencillo gesto podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte para miles de marineros. Y es que, durante las largas y peligrosas travesías en mar abierto, y más adelante entre continentes, el mayor peligro no eran los piratas ni las tormentas, sino una mala dieta.

El océano podía ser inmenso e imprevisible, pero lo más peligroso durante una larga travesía era la comida en mal estado y la carencia de vitaminas. El hacinamiento y la falta de higiene convertían los barcos en nidos de tifus, disentería y cólera, y el agua estancada y los alimentos en salazón se contaminaban con los orines de rata. Los marineros enfermaban a menudo y, en alta mar, la muerte podía llegar en cuestión de pocos días.

A menudo, una gran parte de la tripulación caía enferma o moría antes de llegar a destino. Hubo épocas en las que las enfermedades mataban más marineros que los piratas y las batallas navales en conjunto. En los largos viajes de exploración, como el de Fernando de Magallanes, mucha gente se embarcaba siendo consciente de que era muy posible que jamás volvieran a casa.

La imposibilidad de conservar la comida durante períodos largos obligaba a depender de alimentos en salazón, lo que hacía que la dieta fuera muy deficiente en vitaminas y fibra. Lo peor eran las travesías por mares inexplorados, ya que nunca sabían cuándo podrían tocar tierra firme para abastecerse de comida fresca, e incluso entonces podían encontrarse con alimentos que no conocían y que podían sentarles mal. A medida que la travesía se alargaba, los marineros estaban cada vez más débiles y desnutridos, haciéndoles más vulnerables a las enfermedades. Y había una en particular que todos temían.

El asesino de marineros

Entre todas las enfermedades que afectaban a los marineros, el escorbuto se ganó la fama de verdugo por excelencia. Provocado por la falta de vitamina C, comenzaba con cansancio, llagas y encías sangrantes, seguidas de la pérdida de dientes, hemorragias internas y, finalmente, la muerte. En los largos viajes donde no había frutas ni verduras frescas, el escorbuto podía arrasar con una tripulación entera.

Durante mucho tiempo, la causa del escorbuto fue un misterio y se atribuía a los efectos del aire marino. No fue hasta mediados del siglo XVIII cuando James Lind, médico de la marina británica, demostró experimentalmente que los cítricos lo prevenían. En un ensayo realizado en 1747, dividió a marineros enfermos en grupos y comprobó que los que tomaban naranjas y limones se recuperaban rápidamente.

El hallazgo, sin embargo, tardó décadas en aplicarse de forma sistemática, hasta que las autoridades empezaron a suministrar zumo de limón a los marineros. Gracias a esta medida, las expediciones se hicieron más seguras y las bajas por enfermedad se redujeron notablemente, aunque la alimentación seguía siendo deficiente. Además, aún había otras enfermedades que acechaban a las expediciones marítimas, sobre todo cerca del ecuador, donde la malaria y la fiebre amarilla atacaban a las tripulaciones en cuanto ponían un pie en tierra.

Esta historia demuestra que a veces un detalle individual, como un alimento concreto, puede marcar una diferencia importante y llegar a salvar miles de vidas: incluso algo tan simple como una limonada es capaz de dejar su huella en la historia.

Fuente:nationalgeographic.com.es