Ramón González Rey

Mecánico naval jubilado, el mariñano explica cómo durante las tempestades aumenta el peso que sobrelleva el motorista

Asegura José Antonio Maragoto Justo (O Barqueiro, Mañón, 1966) que «é moi difícil plasmar nunha páxina» la experiencia de toda una vida trabajando en el mar. Y tiene razón, pero igual merece la pena intentarlo y repasar la trayectoria de este mecánico naval, que se jubiló hace un año y que habla con pasión, sabiduría y sinceridad del que fue su oficio.

Formado en A Coruña, criado en el seno de una familia con tradición en el sector pesquero, Maragoto —que prestó servicio como motorista en los barcos Costa Clara, Candorca, Virgen de la Barquera, Abrela, Alba do Mar, Riazor, Nuevo Socio, Montero, Mariscador, Ecce Homo, Brisca y Punta Candieira— recuerda lo poco que dormía, «dúas horas ou tres ao día», en sus inicios como marinero, «nunhas empresas nas que nin o traballo estaba organizado nin os barcos estaban preparados coma hoxe. Alédame de verdade saber que os mariñeiros durmen agora máis, porque os corpos resíntense moito co cansancio e o mal tempo», resalta. Comenzar a trabajar como mécanico naval, afirma, le cambió la vida. «Aí xa tiña uns horarios concretos», apunta.

No obstante, el trabajo del motorista tenía también sus desventajas, mayores o menores dependiendo de las empresas. Algunas confiaban plenamente en los mecánicos navales, pero otras no tanto. «O meu traballo era que o barco saíse ao mar cos problemas solventados, pero había armadores que te querían no buque todos os días, mesmo cando estabamos en terra. Iso viña de antigo: antes, os armadores estaban seguido na máquina. Non digo nada, porque defendían o seu capital, pero nós eramos traballadores e queriamos descansar, ás veces viñamos de botar no mar 40 días», explica. En los años 80, en un contexto de reconversión de la flota hacia Gran Sol y en el que había mucha demanda de empleo, «se queriamos praza, tiñamos que facelo»

Los motoristas trabajan bajo presión, expone, porque «o barco ten, como o corpo humano, cerebro, o patrón; corazón, o motor; e os órganos vitais, que son desde o cociñeiro ata a xente de cuberta. A miña responsabilidade era que todos os aparatos, eléctricos, hidráulicos ou mecánicos, funcionasen ben. Pero en alta mar, cando afrontas problemas que non teñen solución sen volver a terra, é impensable parar a actividade, porque iso supón perdas. Daquela conta a pericia para o que lle chamamos entrampar, facer arranxos provisionais que permiten seguir pescando», relata.

Algunas vivencias de Maragoto darían para escenas de una película. Tiene el peor recuerdo de la intempestiva zona IV, al este de Escocia y próxima a Noruega y las Islas Feroe. Allí, en pleno vendaval se apagaron los motores, y a contrarreloj y alumbrado por linternas pudo identificar la causa en un colapso en una de las tuberías de combustible.

Otro episodio similar ocurrió frente a Cabo Ortegal, cuando un marinero dejó una puerta abierta en plena galerna y el agua anegó el cuadro eléctrico y la sala de máquinas. «Apagouse todo e estabamos sen timón. Para volver a acender…», resopla. En esas situaciones queda al descubierto la responsabilidad que pesa sobre el motorista. «Con mal tempo tes que poñer os cinco sentidos», aclara. Finalmente el motor auxiliar arrancó y la tripulación pudo regresar.

Otro de los momentos más agobiantes que vivió sucedió tras una marea en la que, al poco de embarcar, comenzó a notar los síntomas de una hernia discal. Estuvo unos 40 días trabajando dolorido y al volver a tierra le instaron a operarse. «Tiven medo de quedar inútil para o traballo e non poder gañar o sustento para a filla», recuerda Maragoto, que vio un compañero enfermo morir en sus brazos.

Las enseñanzas de Lito, del Abrela, que le enseñó «case todo» de la mecánica naval; la revolución que supuso internet para los marinos a la hora de contactar con las familias, aunque algunos armadores suspendían el wifi por chivatazos entre amigos de uno y otro barco sobre «onde e canto se estaba pescando»; y la frustración de un pequeño sueño, que no le cogiesen para pescar entre el hielo de la Antártida, son otras de las historias que cuenta el marinero: «Penso que todos os tripulantes, tamén os motoristas, o somos», concluye.

En un contexto de falta de relevo en la pesca, especialmente entre trabajadores titulados, como era su caso, Maragoto tiene claras las causas de que las empresas del sector no encuentren personal. «Por unha banda, a natalidade baixou moito. Nestas zonas coma Celeiro ou Burela había máis rapaces para embarcar que barcos», explica. Por otro lado, el oficio no es tan lucrativo. «O mar sempre foi ambicioso, ás veces mesmo sen medida. Nos 80, un canteiro gañaba 30.000 pesetas ao mes e un mariñeiro levaba 200.000 en 15 días», resalta.

José Antonio, de hecho, no hizo caso de los cantos de sirena de la industria del aluminio en A Mariña. «Cando eres novo tes moito medo aos cambios. Eu vinme metido aí, tamén condicionado por ter unha filla moi pequena, unha hipoteca…», expone.

Pero la causa más importante de la falta de relevo, está convencido, es que por parte de los trabajadores «hai un desencanto», por mucho que las condiciones laborales y los propios barcos hayan mejorado mucho. «Se tivese un fillo, como lle diría que se gañe a vida na pesca? Sen pretender ofender a ninguén, pásanse moitas penurias e ás veces tes que aguantar inxustizas e vulneracións dos teus dereitos. Moitas empresas non souberon coidar da xente, que é o capital fundamental, e tampouco do recurso para que o futuro fose doutra maneira», manifiesta.

¿Es más duro en ocasiones el propio ser humano que el medio hostil de la pesca? «É difícil soportarse 14 ou 15 persoas nun barco de 20 metros durante semanas. Conforme pasa o tempo, a psicoloxía importa: hai xente que se transforma. Coñecín a persoas moi boas no mar, pero tamén a outras moi ruíns», responde.

Fuente:lavozdegalicia.es