Mauro Capuccio, Alejandro Vernero, Jorge Benozzi y Horacio Morales se dirigían hacia Río de Janeiro cuando una tormenta los complicó en el sur de Brasil. Los intentos por hallar la embarcación tras el naufragio
La tarde del 26 de agosto de 2014 era como cualquier otra en el Atlántico. El sol brillaba sobre el mar y sólo había un par de nubes que cada tanto traían sombra. Sin embargo, para los cuatro navegantes argentinos a bordo del Tunante II, la calma aparente pronto se transformó en una pesadilla. El cielo se oscureció y el mar comenzó a encresparse de golpe. Los marineros navegaban a más de 170 millas náuticas al este de Río Grande, Brasil. El velero de un poco más de 12 metros de largo enfrentaba lo que serían sus últimas horas antes de desaparecer en las aguas sin dejar rastro.
El primer golpe llegó pasadas las 13 de ese día. En Buenos Aires, el teléfono de Nicolás Vernero sonó inesperadamente. “Nos tumbamos, estamos bien, perdimos las velas”, le informó Mauro Capuccio desde uno de los teléfonos satelitales del Tunante II. Su voz denotaba una mezcla de alarma y resignación. El velero, azotado por vientos de 80 kilómetros por hora y olas que alcanzaban los ocho metros, había dado una vuelta de campana. Los daños eran evidentes: la batería estaba averiada, las velas habían desaparecido, y solo contaban con un motor auxiliar para maniobrar.
El mar, ese día, no era un aliado. Las condiciones meteorológicas eran extremas, con lluvias torrenciales y una visibilidad reducida casi a cero. A bordo, además de Mauro Capuccio, se encontraban Alejandro Vernero, Jorge Benozzi y Horacio Morales. Los cuatro eran navegantes experimentados que habían partido del puerto de San Fernando, Buenos Aires, el 22 de agosto de 2014, rumbo a un viaje de placer hacia Río de Janeiro. Lo que comenzó como una travesía emocionante se transformó rápidamente en una lucha por la supervivencia.
La llamada de emergencia de Capuccio a Nicolás fue el primer indicio de que algo iba mal. Sin tiempo que perder, Nicolás alertó a la Marina brasileña y activó una red de apoyo que incluía a familiares y amigos de los navegantes. La situación era crítica, pero los cuatro hombres aún estaban con vida y, según informaron, tenían provisiones para unos 20 días. Este hecho, al menos, proporcionaba algo de esperanza en medio de la incertidumbre. Se iniciaba una carrera contrarreloj para encontrar a los náufragos.
A las 16:45 de ese mismo 26 de agosto de hace una década, el buque mercante noruego Selje recibió una alerta de la marina para dirigirse hacia la última ubicación conocida del Tunante II. Las horas pasaban, y con cada minuto, la tensión crecía. Los familiares, reunidos en la casa de Nicolás, seguían cada detalle , conscientes de que cada segundo era vital. La tormenta no daba tregua, y el Selje, un gigante del océano comparado con el pequeño velero, luchaba también contra las olas en su intento de acercarse.
La situación se volvió más desesperada cuando, alrededor de las 20 horas, el primer teléfono satelital del Tunante II quedó sin batería. Las comunicaciones, ya de por sí difíciles por las interferencias y la mala recepción, se cortaron abruptamente. La Marina brasileña, comprendiendo la gravedad del escenario, instruyó a los tripulantes del Tunante II a lanzar bengalas cada 15 minutos para que el Selje pudiera localizarlos. Pero en la oscuridad de la noche y bajo una tormenta feroz, incluso los fuegos de señalización eran difíciles de ver.
A las 22:50, el Selje finalmente avistó al Tunante II. Lo que debería haber sido un momento de alivio se convirtió en una nueva prueba. La visibilidad era casi nula, las olas gigantescas ocultaban al pequeño velero y el viento rugía sin cesar. Además, se confirmó que el timón del Tunante II se había roto, dejándolos completamente a la deriva. El capitán del Selje, consciente del peligro, optó por maniobrar su barco para ofrecer algo de protección al velero más pequeño, pero el mar no lo permitió.
A medianoche, la desesperación comenzaba a asentarse. “Estamos bien, agotados, esperando el buque”, fue el mensaje que Mauro logró enviar a las 00:22. Cada minuto que pasaba bajo esas condiciones extremas era una batalla contra el tiempo y el mar. El velero ya no era un refugio seguro. Se había convertido en una prisión flotante, a merced de las olas y el viento.
El último mensaje
La última comunicación llegó a las 02:55, cuando el segundo teléfono satelital del Tunante II se agotó. Fue un mensaje lleno de interferencias, donde apenas se podía distinguir la voz de Mauro entrecortada por la estática y el sonido ensordecedor de la tormenta. Poco después, el Selje perdió de vista al velero. El amanecer trajo consigo una triste confirmación: el Tunante II había desaparecido de la vista.
El miércoles siguiente fue un día de intensas operaciones de búsqueda. La Marina brasileña desplegó helicópteros y un remolcador. Se ubicaron en la zona del último rastro que había dejado el Tunante II, pero sin éxito. La tormenta había dejado su huella en la tripulación del Selje y en los equipos de rescate, que ahora solo podían reportar lo inevitable: el velero y sus tripulantes estaban perdidos.
El 28 de septiembre, gracias a la colaboración con DigitalGlobe, una compañía de imágenes satelitales, los familiares encontraron una mancha blanca en una imagen que parecía coincidir con la forma del Tunante II. Este descubrimiento reavivó la esperanza y llevó a la reanudación de la búsqueda el 9 de octubre. Sin embargo, una vez más, las condiciones del océano y la vastedad del área hicieron imposible encontrar al velero o a cualquier rastro de su tripulación.
El 12 de octubre, un barco pesquero encontró una balsa del Tunante II. La esperanza se mezcló con la tristeza y la incertidumbre. ¿Qué significaba encontrar la balsa sin el velero? ¿Habían intentado los tripulantes abandonar el barco en el último momento? Las respuestas eran escasas.
El fin de la esperanza
Para el 22 de octubre, la Marina brasileña decidió terminar la búsqueda. Sin más pistas ni evidencia de vida, el Tunante II se convirtió en otro misterio del mar. Los familiares, sin embargo, no renunciaron. Continuaron buscando respuestas y se aferraron a la posibilidad de que los cuatro hombres pudieran haber sobrevivido de alguna manera.
El Tunante II había zarpado del puerto de San Fernando el viernes 22 de agosto a las siete de la tarde, con rumbo a Río de Janeiro. La idea era llegar a Brasil, dejar el velero allí y regresar en avión. Luego, en otro viaje, planeaban volver a buscar el barco.
A bordo se encontraban Mauro Capuccio, 35 años, empleado público, fanático de River y de Manu Ginóbili y Alejandro Vernero de 62 años, cardiólogo con un cruce del Atlántico. La tripulación la completaban Jorge Benozzi de 62 años, reconocido oftalmólogo, dueño del velero y Horacio Morales de 62 años, guardia administrativo y basquetbolista amateur.
Antes de partir, la esposa de Benozzi les preparó bombones de chocolate como provisiones especiales para la travesía.
Luana Morales, hija de Horacio, recuerda en una nota de Infobae cómo venían planificando este viaje desde hacía mucho tiempo. “Entrenaban en el Río de la Plata, cruzaron a Uruguay un par de veces, y poco a poco fueron haciendo los arreglos necesarios en el barco. Una vez incluso cancelaron un viaje a Mar del Plata debido a una tormenta”, comentó la mujer. Este lunes se cumplen 10 años de la última vez que sus familiares escucharon sus voces en el teléfono satelital. Allí, ya habían sido golpeados por una feroz tormenta marina.
Fuente:infobae.com
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