Grabación de un miembro de la tripulación de las útimas horas del Achille Lauro
El Achille Lauro fue un barco inaugurado después de la II Guerra Mundial (02/12/1947) con el nombre Willem Ruys. A mitad de la década de los 60 fue adquirido por la naviera Lauro que lo transformó en un barco de cruceros modernizándolo por completo.
El episodio más dramático de este barco sucedió el 7 de octubre de 1985 cuando el Achille Lauro fue secuestrado por un grupo de terroristas pertenecientes al Frente por la Liberación de Palestina (FLP). El secuestro se solucionó felizmente días después del acto terrorista. El año 1990 Burt Lancaster protagonizó una película en la que se relataba la historia del secuestro.
Sin embargo el vídeo que publicamos en Cruceroadicto es de 9 años después. El 30 de noviembre un miembro de la tripulación filmó las últimas horas del Achille Lauro cuando se incendió a 120 kilómetros de la costa somalí. El 2 de diciembre el barco se hundía a 5000 metros de profundidad. En esos momentos el buque pertenecía a Star Lauro, que había adquirido a Lauro tras su debacle financiera.
Fuente: cruceroadicto.com
El secuestro del Achille Lauro y la ira de Reagan
Rehenes liberados del ‘Achille Lauro’ regresando a Estados Unidos en aviones militares. Dominio público.
El atentado del navío y el posterior incidente de Sigonella abrieron la peor brecha entre Washington y Roma desde la Segunda Guerra Mundial
El lunes 7 de octubre de 1985, el buque Achille Lauro, el mayor de la flota mercante italiana, surcaba plácidamente el Mediterráneo. De pronto, cuatro de sus pasajeros tomaron rehenes e informaron al capitán de que la nave quedaba en poder del Frente para la Liberación de Palestina (FLP). El secuestro, que duró dos días, crearía el momento de mayor tensión política, diplomática y militar entre Italia y EE.UU. desde la caída de Mussolini.
Los asaltantes retenían a ciudadanos de varias nacionalidades, exigiendo la excarcelación de cincuenta compatriotas detenidos en prisiones israelíes. Advirtieron que el buque volaría por los aires al menor intento de rescate y que, mientras no se satisficiera su demanda, irían matando uno a uno a los rehenes, comenzando por la docena de norteamericanos que había a bordo.
Reagan quería liberar el barco por asalto; Italia y Egipto se opusieron.
Ronald Reagan movilizó de inmediato tanto misiones diplomáticas como, en secreto, contingentes armados. Quería liberar el barco por asalto. Italia y Egipto se opusieron a una resolución violenta del incidente. Con relaciones más amistosas con la OLP que Reagan, buscaban zanjar la situación por las buenas.
El barco atracó en Port Said, Egipto. Una delegación de egipcios y palestinos medió con los secuestradores. Entre sus miembros se contaba Abu Abbas, líder del FLP a favor de Arafat. La comisión informó de que los raptores daban por terminado el suceso si se les proveía de un salvoconducto para ser juzgados por las autoridades de su pueblo.
Reagan objetó. Quería la extradición a EE.UU. o, en su defecto, a Italia. Sin embargo, los captores habían liberado el buque y habían sido conducidos a tierra. Entonces trascendió que el comando había asesinado a sangre fría a uno de los pasajeros estadounidenses. Todo indicaba que tanto el primer ministro italiano, Bettino Craxi, como el presidente egipcio, Hosni Mubarak, estaban al corriente del asesinato cuando permitieron la huida de sus autores.
Duelo en la OTAN
Reagan no estaba dispuesto a que los secuestradores se salieran con la suya, así que apostó fuerte por una maniobra de dudosa legalidad. Ordenó a cuatro cazas que desviaran en el aire, clandestinamente, el vuelo comercial en que viajaban de la capital egipcia a Túnez el cuarteto de raptores junto con dos altos funcionarios palestinos.
Uno de estos era Abbas. A esas alturas Abbas se había revelado, además, como el cerebro detrás del atentado, que en realidad fue fortuito (los terroristas buscaban desembarcar en el puerto israelí de Ashdod hasta que fueron descubiertos). El operativo norteamericano se desarrolló sin incidentes. Atemorizado por las aeronaves militares, el piloto de Egypt Air puso rumbo a donde le fue indicado.
El plan de Reagan era trasladar a los palestinos a su país para juzgarlos allí
El destino era Sigonella, la base de la OTAN en Sicilia. Craxi, socialista con escasa sintonía con el conservador Reagan, sabía de la llegada del avión egipcio y su escolta estadounidense por haberse interceptado sus comunicaciones por radio. Pero ignoraba que la escuadrilla venía integrada por otras dos aeronaves con cincuenta unidades de la Delta Force (la división del Pentágono especializada en el rescate de rehenes) con el plan de detener y trasladar a los palestinos a su país para juzgarlos allí. Esto contravenía el derecho internacional, ya que el Achille Lauro era territorio soberano de Italia, por lo que quedaba bajo su jurisdicción aunque la víctima hubiese sido norteamericana.
El convoy aterrizó en Sigonella pese a que el control aéreo le había denegado pista. Soldados italianos rodearon el Egypt Air, que pronto cercaron también los Delta Force. Estos exigieron entrar en el avión a por los palestinos, antes de ser circundados a su vez por una hilera de carabinieri y refuerzos militares italianos con órdenes de impedirlo.
Los socios de la OTAN se apuntaron entre sí toda la noche mientras Reagan y Craxi discutían. El primero clamaba justicia; el segundo intentaba defender la soberanía nacional, proteger a sus compatriotas de posibles represalias y conservar sus relaciones con los árabes.
El presidente Mubarak recordó también que el Egypt Air era territorio de bandera egipcia, y que cualquier violación de este espacio sería respondida con la fuerza. Reagan finalmente cedió tras arduas negociaciones, que incluyeron un parlamento dentro de la aeronave entre el comandante italiano de la base, un embajador egipcio y un Abbas indignado por el atropello a su inmunidad diplomática como dirigente de la OLP.
Los socios de la OTAN se apuntaron entre sí toda la noche mientras Reagan y Craxi discutían. El primero clamaba justicia; el segundo intentaba defender la soberanía nacional, proteger a sus compatriotas de posibles represalias y conservar sus relaciones con los árabes.
El presidente Mubarak recordó también que el Egypt Air era territorio de bandera egipcia, y que cualquier violación de este espacio sería respondida con la fuerza. Reagan finalmente cedió tras arduas negociaciones, que incluyeron un parlamento dentro de la aeronave entre el comandante italiano de la base, un embajador egipcio y un Abbas indignado por el atropello a su inmunidad diplomática como dirigente de la OLP.
La aprobación americana se debió a la promesa de Craxi de que los terroristas serían puestos a disposición judicial. Así se hizo, aunque sin especificar quiénes lo serían. Los cuatro captores fueron encarcelados, mientras que Abbas y el otro funcionario palestino continuaron vuelo con destino a Roma.
Más leña al fuego
La Casa Blanca temía que el líder del FLP, un pez gordo del terrorismo internacional, se esfumara en el camino. De ahí que, de nuevo, optara por una acción que vulneraba el estado de derecho. Mandó un jet de vigilancia tras el Egypt Air, que, tras volar en secreto por el espacio aéreo italiano, aterrizó “por una emergencia” en la base militar de Ciampino, no ya de la OTAN (es decir, compartida), sino exclusivamente italiana.
Craxi contestó con otra jugada sucia: dejó que Abu Abbas partiera hacia Yugoslavia
Craxi no solo exigió explicaciones a Reagan, sino que contestó con otra jugada sucia. Entre la disyuntiva de cuidar los lazos occidentales o los de la OLP y Egipto (donde Mubarak, presionado por manifestaciones islamistas, llegó a acusar a Estados Unidos de piratería aérea), se inclinó por dejar que Abu Abbas partiera hacia Yugoslavia argumentando motivos legales.
Posdata: “querido Bettino…”
Reagan se enfadó tanto que casi cierra la embajada en Roma. Aunque Craxi fue vitoreado en su país, donde se respiraba por todo esto un acusado antiamericanismo, pagó el desafío con una crisis de gabinete. Su gobierno era de coalición entre el Partido Socialista y el Republicano y pro-EE.UU. Los tres ministros de esta formación dimitieron tras la fuga de Abbas, lo que llevó a la disolución del consejo.
No obstante, de no remediarse la inestabilidad, Craxi tendría que pactar con los comunistas, una alternativa que siempre había evitado. Con tal de que no ocurriera esto, Reagan le pidió disculpas en una carta que comenzaba diciendo: “Querido Bettino…”. Unas palabras de reconciliación que contribuyeron a reequilibrar la política italiana y sellar el mayor enfrentamiento entre Washington y Roma desde el fascismo.
Pasaron 34 años y no en vano: el secuestro del crucero italiano fue un drama, pero dejó enseñanzas en base a las que se adoptaron estrictas medidas para garantizar la seguridad de los cruceristas, aún en la actualidad.
Tras el dramático episodio, el Achille Lauro continuó en servicio para la Flotta Lauro Lines. La Mediterranean Shipping Company (MSC) compró la naviera en 1987, con lo que pasó a llamarse Star Lauro. Finalmente, el Achille Lauro se incendió y hundió en el océano Índico, frente a Somalia.
Era el 7 de octubre de 1985. El Achille Lauro, con base en Nápoles (Italia), emprendía un crucero por el Mediterráneo y había zarpado del puerto egipcio de Alejandría hacia el israelí de Ashdod.
Cuatro terroristas palestinos, que se habían hecho pasar por turistas noruegos, abordaron el barco y, ya en alta mar, súbitamente desenfundaron armas y secuestraron el barco de unas 24.000 toneladas, a sus 300 tripulantes y más de 400 pasajeros a bordo.
Pretendían que Israel liberara a cincuenta prisioneros palestinos, lo cual finalmente no ocurrió, y terminaron aprehendidos con la intervención de los Estados Unidos.
Finalmente, el secuestro, que podría haber tenido consecuencias mucho más lamentables, produjo una sola víctima: Leon Klinghoffer, un hombre de religión judía, que viajaba con su esposa.
Tenía 69 años y se desplazaba en silla de ruedas como consecuencia de un ACV. Los terroristas le descargaron un tiro en la cabeza y, ya muerto, lo arrojaron al mar.
Del Achille Lauro a los Controles Actuales
Tal fue el impacto de este acontecimiento que acerca de él se escribieron ensayos, estudios, artículos periodísticos, novelas, se rodó un largometraje y hasta se compuso una ópera, que se estrenó en el Metropolitan Opera House de New York en medio de gran controversia, pero que culminó con una ‘standing ovation’.
Todo eso hizo del secuestro del Achille Lauro un episodio histórico, memorable. Pero el horror no fue en vano: los acontecimientos impactaron en toda la industria de los cruceros, que entonces tomó conciencia de los riesgos que planteaba la amenaza del terrorismo internacional.
A partir de allí se aceleró la implementación de una serie de normas de seguridad que actualmente permiten disfrutar con total tranquilidad de sus cruceros.
Al igual que en todos los aeropuertos del mundo, en los puertos se realizan actualmente controles minuciosos, se utilizan detectores de metales, se revisan los equipajes sospechosos y mucho más.
Pero lo que quizás impacta más a los huéspedes de los grandes cruceros de hoy que, a distancia de años, hacen parecer al Achille Lauro un barco ‘enano’, son los controles a los que deben someterse cada vez que desembarcan o embarcan en cada una de las escalas:
Se controlan las tarjetas que tienen la triple función de reemplazar las llaves de las cabinas, las tarjetas de crédito y la documentación personal en tierra.
Se fotografía a cada uno de los huéspedes para confirmar su identidad
Y todo lo que se sube a bordo se escanea y pasa por los detectores de metales.
El proceso es, a lo sumo, una pequeña molestia y produce una cola algo más larga al desembarcar y al volver a abordar. Pero nadie se queja, porque es una forma eficiente y abarcadora de garantizar la seguridad de todos.
‘Armas Potenciales’ y Otras Amenazas
Vale la pena ejemplificarlo con una anécdota vivida por quien escribe esta nota.
Al embarcar en el puerto de Buenos Aires para un crucero transatlántico rumbo a Italia, llevó consigo un bolso con cámaras y computadora y su pequeña valijita de mano, y despachó sus dos pesadas valijas en la terminal.
Cuando el barco zarpó, no le preocupó que en su cabina sólo hubiera aparecido una sola valija.
Pero a la medianoche, después de cenar y tomar un trago en cubierta, regresó a la cabina y notó que la segunda seguía faltando. Y pensó lo peor: ¿Habría quedado en la terminal? O, peor aun: ¿La habrían subido al barco equivocado?
Fue entonces que notó sobre la cama una escueta notita, que lo invitaba a pasar por la oficina de seguridad para retirar la valija.
Volvió a colocarse los zapatos que ya se había quitado y rumbeó hacia allá donde, amables pero severos, dos agentes de seguridad le pidieron que abriera personalmente esa valija que, según ellos, contenía “elementos prohibidos”.
¿Qué había pasado? Un muy querido amigo italiano era parrillero de alma, así que como obsequio, le había comprado un juego de cuchillo, tenedor y chaira con una bonita funda de cuero. Y esos elementos, inocentes a su entender, podían potencialmente usarse como armas…
Así que los agentes de seguridad se los secuestraron, le entregaron un comprobante, y al desembarcar en el puerto de destino se los devolvieron sin decir palabra. Mejor dicho, le dijeron más de una:
Cuando se viaja en avión, le recordaron, no se puede llevar ni un alicate para las uñas, a menos que se lo guarde en una valija que viajará en bodega, a la cual no podrá acceder en ningún momento. En un barco, por el contrario, las valijas viajan con uno ¡y todo lo que contienen es accesible!
Así que, para evitar un mal rato y no hacer papelones, hay que pensar dos veces antes de meter algo en el equipaje.
*Garganta Profunda» (Con perdón) Credibilidad y prestigio informativo ?
Ninguno. No acabamos nunca.
La armadora dice que el ‘Villa Nores’ registró una incidencia en una lavadora y niega problemas.
Grupo Nores ha informado de que el pesquero, que se encuentra faenando en Terranova, en la misma zona donde se hundió el ‘Villa de Pitanxo’, registró una incidencia en un tubo de la lavadora y ha rechazado riesgos para la tripulación
Grupo Nores ha informado de que el ‘Villa de Nores’, que se encuentra faenando en Terranova, en la misma zona donde se hundió el ‘Villa de Pitanxo’, ha registrado una incidencia en un tubo de la lavadora del buque y ha rechazado otros problemas que pongan en riesgo a la tripulación.
En conversación con Europa Press en la mañana de este sábado, la armadora ha lamentado que «se esté haciendo un alarma» y ha afirmado que «no hay conocimiento» de ningún problema. «Con el barco estamos comunicados 24 horas y allí no hay ningún problema», han aseverado las mismas fuentes.
Al respecto, fuentes de la Consellería do Mar consultadas por Europa Press han indicado que la Xunta «solicitó información» a Salvamento Marítimo del Estado sobre la situación de este pesquero y la respuesta dada es que «no recibió ningún tipo de aviso de dificultades de este barco».
Varios medios de comunicación publicaron un vídeo en el que se ve un posible achique de agua en un compartimento del barco ‘Villa Nores’, del Grupo Nores, al que también pertenecía el ‘Villa de Pitanxo’. Un tripulante, según publica ‘Faro de Vigo’, denunció que tienen puertas «selladas» y con «candados» para evitar que entrase agua.
Por su parte, la Cooperativa de Armadores de Pesca del Puerto de Vigo (ARVI) ha emitido un comunicado en el que subraya que la «incidencia» del barco «no supone ningún problema para el desempeño de una normal actividad para un buque pesquero congelador», como es el ‘Villa Nores’. Además, señaló que su asociado explicó que se trata de un «tubo de conexión de una lavadora».
Así, han rechazado generar «alarma» y han mostrado su preocupación por los familiares de los tripulantes. Además, han añadido que la avería de la lavadora «fue perfectamente resuelta» por su tripulación, como «habitualmente se hace con cualquier incidencia que se pueda generar en los periodos de varias semanas en que los buques congeladores» permanecen en el mar.
Arvi rechaza «campañas de descrédito» contra un sector que «genera un nivel de empleo fundamental» en Galicia y, fundamentalmente, en Vigo y Marín, y que contribuye a la «soberanía alimentaria» del mercado propio, para abastecerlo de producto de «máxima calidad, sostenibilidad y bajo impacto ecológico».
Portugalete analiza el naufragio del “Villa de Pitanxo”
El 8º Festival Marinero del municipio vasco de Portugalete incluyó en la edición de este año una conferencia para hablar de los naufragios de pesqueros. En el encuentro, titulado “Los hijos del mar”, participó Lara Graña, redactora jefe de FARO, que desgranó el trágico siniestro del Villa de Pitanxoen el que fallecieron 21 marineros y la investigación realizada por el periódico que destapó todas las irregularidades que ahora analiza la Audiencia Nacional. Durante el acto se recordó a los fallecidos y se alabó el papel desempeñado por el Playa Menduiña Dos en el rescate de los tres supervivientes y la recogida de los nueve cuerpos que aparecieron.
Organizada por la Cofradía de Mareantes y Navegantes de San Nicolás y San Telmo de Portugalete, en la charla también contaron sus experiencias personales José Costa, único superviviente del naufragio del pesquero Ángel, en Costa da vela; e Ignacio Gardó, hijo póstumo de un fallecido en el St. Patrick, en las islas Aleutianas.
Pero algo hay que hacer con la desinformación”, opina Isabel Morillo, directora de El Correo de Andalucía. “Sí hay un problema grave. El periodismo tiene unas reglas que deben cumplirse: contar hechos veraces y contrastados, y esto no siempre sucede. Yo no quiero estar en el mismo lugar que una persona que hace una noticia sin hablar con nadie. Los ciudadanos deberían poder confiar en que lo que se publica no es un invento”.
Quién puede ser periodista y otras seis preguntas sobre la prensa en la era de las noticias falsas
Profesionales de la información opinan sobre el debate abierto por el presidente Sánchez sobre la posibilidad de regular la profesión y cómo corregir su descrédito
En estos tiempos atropellados que engullen acontecimientos, la carta de Pedro Sánchez anunciando que había decidido parar y reflexionar durante cinco días sobre su continuidad como presidente del Gobierno por “la máquina del fango” y las informaciones publicadas sobre su esposa, Begoña Gómez, parece ya la prehistoria de la prehistoria. Pero sus palabras, compartidas por algunos y criticadas por otros, y su discurso posterior –en la entrevista que concedió a la directora de EL PAÍS, Pepa Bueno, habló de una posible colegiación obligatoria de los periodistas “para evitar el intrusismo”-, volvieron a poner sobre la mesa un debate eterno: ¿es posible o deseable controlar la calidad de lo que se publica? ¿Puede ser fiscalizable el periodismo sin poner en riesgo la libertad de expresión? ¿Por quién? ¿Y cómo? ¿Los periodistas deben estar autorizados para ejercer, como si fueran médicos, arquitectos o abogados?
Sánchez insistió el viernes, en una entrevista concedida a La Sexta, en la necesidad de tomar medidas. Podemos registró recientemente una proposición de ley en el Congreso sobre accionistas, directivos y presentadores de medios y ha anunciado otra para, entre otras cosas, crear un “Consejo del Derecho a la Información” elegido por la ciudadanía que podría imponer sanciones a quienes difundan información falsa.
Empecemos por el principio: ¿hay realmente un problema? Parece que sí. Más de la mitad de los españoles no se fían de los medios de comunicación. El 53% no concede ni un cinco raspado cuando responde sobre su confianza en ellos, y el 19% no pasa del 1 sobre 10, según la última Encuesta sobre Tendencias Sociales del CIS, de octubre de 2023. Es el mínimo posible: no se podía poner un cero.
Las conclusiones de otros informes son similares: el 40% de los españoles desconfía de las noticias según el Digital News Report de 2023 para España del Instituto Reuters (Universidad de Oxford), un estudio sobre consumo de noticias que se elabora cada año desde hace una década. La desconfianza se solapa, además, con un aumento del desinterés por lo que pasa en el mundo. Ocho de cada 10 españoles decían estar muy interesados en la información en 2015; ahora son cinco de cada 10. Y, según este mismo estudio, la percepción social del periodismo es mala: el 57% afirma que escucha críticas negativas de la profesión.
¿Por qué los ciudadanos no se fían de los medios?
“Los males del periodismo están bastante claros”, opina Eduardo Suárez, del Instituto Reuters. “La confianza y el interés en las noticias han bajado. Y solo el 13% de los españoles piensa que los medios son independientes de las presiones del poder político, y el 15%, que lo son de las del poder económico. Además, se perciben como partidistas. Y es importante resaltar que esto no ocurre en todos los países. En España, los políticos y los periodistas se ven como parte de un todo, salen juntos en televisiones y radios, forman parte del mismo ecosistema. No nos distinguen de ellos”. Y “ellos” generan aún menos confianza: España es uno de los países del mundo que menos se fía de sus políticos. El 72% no lo hace, según el informe de Ipsos Global Trustworthiness Index 2023. En Europa, este porcentaje solo se supera en Polonia, Rumanía y Hungría.
Por otro lado, en un contexto de polarización partidista tan fuerte como el español, los ciudadanos sí confían en los medios que leen, ven o escuchan. Pero solo en ellos -el 82% de los españoles dice confiar mucho o bastante en los medios que ha elegido, según el CIS-. Y poco o nada en lo que dicen los demás.
“De todas formas, yo diría que tampoco hay que exagerar el problema”, opina Suárez. “La situación no es tan apocalíptica. La caída de confianza en los medios tiene una parte positiva. Está bien que la gente sea un poco escéptica. No tengo claro que todo fuera mejor en los años 80 con cuatro o cinco periódicos nacionales y dos canales de tele. Internet ha traído también el pluralismo y un ecosistema mucho más variado”.
“Pero algo hay que hacer con la desinformación”, opina Isabel Morillo, directora de El Correo de Andalucía. “Sí hay un problema grave. El periodismo tiene unas reglas que deben cumplirse: contar hechos veraces y contrastados, y esto no siempre sucede. Yo no quiero estar en el mismo lugar que una persona que hace una noticia sin hablar con nadie. Los ciudadanos deberían poder confiar en que lo que se publica no es un invento”.
Pero, hacer… ¿el qué? Esta pregunta lleva a su vez a muchas otras, así que empecemos por la más básica: si cualquiera tiene derecho a ejercer el oficio, con formación específica o sin ella.
¿Quién puede ser periodista?
Morillo y Suárez, al igual que el resto de periodistas consultados, coinciden en un punto: el periodismo es un oficio y se aprende ejerciéndolo. Por eso hay excelentes profesionales que son licenciados en Física, en Medicina, en Derecho, en Historia, en Filología… y también hay extraordinarios y premiadísimos periodistas sin estudios universitarios. No eran ni son licenciados en periodismo Gabriel García Márquez, Ryszard Kapuscinski, Alma Guillermoprieto, Bob Woodward o Carl Bernstein -los conocidos reporteros de The Washington Post que destaparon el caso Watergate-. Y tantos y tantos otros. Y también hay periodistas condenados por mentir con sus títulos en Ciencias de la Información perfectamente enmarcados.
El debate sobre la titulación está abierto dentro de las asociaciones de prensa y en los colegios profesionales que existen en algunas comunidades autónomas, pero no va mucho más allá. Para entrar en el registro de periodistas de la FAPE (Federación de Asociaciones de Periodistas de España) hay que ser titulado en Ciencias de la Información o haber cursado un máster respaldado por una universidad que tenga grado de Periodismo. “Pero estar o no estar en el registro no supone que no se pueda ejercer la profesión”, señala su presidente, Miguel Ángel Noceda. Y en las redacciones es difícil encontrar periodistas que defiendan que solo puedan serlo los licenciados en Periodismo.
¿Los agitadores y pseudomedios realmente tienen tanta repercusión?
En los últimos años han aparecido canales de agitación política a izquierda y derecha con fines ideológicos, políticos o económicos que no respetan las reglas del periodismo, a pesar de lo cual consiguen muchas veces incluso acreditarse como periodistas en instituciones como el Congreso de los Diputados.
“Pero por sí mismos no son nada”, opina Suárez. “¿Cuándo adquiere relevancia su mensaje? Cuando los políticos hablan de sus informaciones o bien cuando las teles, las radios o los periódicos las amplifican. Este es el problema”.
El modus operandi se repite. Alguien escribe una información sin contrastar en un medio diminuto. Nadie le hace caso. Lo mete en redes sociales. Tampoco recibe mucha atención. Pero, cuando el político de turno lo repite, o algún columnista lo menciona en un medio grande, o alguna tele o radio permite al autor contar su información falsa en una tertulia, ya está: ya ha entrado en el debate público aunque no tenga una sola fuente que acredite su veracidad. Para lograrlo ha necesitado de la complicidad de al menos un político o un periodista.
“Los medios serios deberíamos tener mucho cuidado en no amplificar noticias falsas”, opina la exdirectora de EL PAÍS Soledad Gallego-Díaz. “Ni siquiera para desmentirlas. No deberíamos entrar ahí. Deberíamos centrar nuestros esfuerzos en averiguar quién está detrás de esas historias y por qué se publican, aunque eso es mucho más difícil y exige más recursos”.
“Los medios serios deberíamos tener mucho cuidado en no amplificar noticias falsas”, opina la exdirectora de EL PAÍS Soledad Gallego-Díaz. “Ni siquiera para desmentirlas. No deberíamos entrar ahí. Deberíamos centrar nuestros esfuerzos en averiguar quién está detrás de esas historias y por qué se publican, aunque eso es mucho más difícil y exige más recursos”.
¿Se debe hacer algo? ¿Quién y cómo?
La respuesta es casi unánime entre los consultados sobre si es deseable una regulación por parte del poder político que pueda entrar en los contenidos: no. “Sería peor el remedio que la enfermedad”, señala Gallego-Díaz. “Un Gobierno regulando estas cuestiones es peligrosísimo. El derecho a la información no se puede poner en riesgo”. “A mí el debate me da mucho miedo porque siempre que he visto a la clase política hablar de esto he visto un tamiz intervencionista”, añade Fernández-Miranda.
“Es cierto que hay agitadores que no son periodistas y que cuentan noticias a veces ciertas, a veces falsas”, opina Suárez. “En muchos casos estamos hablando de territorios grises que entran dentro de la exageración o de la opinión. A veces es territorio gris claro; a veces, gris oscuro. Pero es muy complicado que se planteen soluciones desde el poder. La crítica del presidente Sánchez, por ejemplo, es un poco de brocha gorda. Hablaba de digitales cuando todos los grandes periódicos son digitales. Y no distinguía información falsa de periodismo de investigación. La información de El Confidencial sobre su esposa, Begoña Gómez, origen de su carta y de sus cinco días de reflexión, era veraz. Cuestión distinta es la valoración que cada uno haga sobre esos hechos, o la jerarquía que debería tener esa noticia. Pero un gobernante no puede plantear que no se puedan publicar hechos ciertos”.
Si la intervención de los poderes políticos es peligrosa, ¿qué hacemos entonces? “Deberíamos abrir un debate periodístico serio dentro de los propios medios”, opina Morillo. “Sentarnos y empezar a hablar”. La FAPE coincide. “La prensa debería encabezar la lucha contra la desinformación y la polarización para proteger a la ciudadanía”, señala Noceda, su presidente.
¿Tendría sentido pedir una colegiación obligatoria?
“No”, defiende rotundo el exdirector de EL PAÍS y actual director del máster del periodismo del periódico, Javier Moreno. “¿Qué aportaría? ¿Quién decide que te puede quitar el carné si no haces las cosas bien? ¿Cómo se forma ese colegio profesional? ¿Quién lo elige? ¿Cómo nos aseguramos de que no se politice? Cualquier medida así choca con la libertad de expresión”. “Tal y como está redactada la Constitución española, la colegiación obligatoria sería imposible”, coincide Noceda desde la FAPE. “Entra en conflicto con el artículo 20 que garantiza el derecho a comunicar y recibir libremente información veraz”.
“La colegiación obligatoria para poder ejercer no tiene sentido”, añade Fernández-Miranda. “Pero los periodistas y los medios sí deberíamos organizarnos mejor para ser más fuertes, para defender la profesión y no devaluarla. Hay que defender el buen periodismo, más allá de las líneas editoriales de cada cual, y hacer todos un esfuerzo por distanciarnos del poder político. Esto es fundamental, y la autocrítica que nos podemos hacer, para poder luego apelar a los ciudadanos para que hagan un esfuerzo en estar bien informados”.
“Para trabajar en los grandes medios en Italia hace falta estar colegiado en un organismo privado con un código deontológico al que se puede acceder con un título en periodismo o si se ha trabajado más de un año y medio en una Redacción”, explica el corresponsal de EL PAÍS en Roma, Daniel Verdú. “Pero la gente que propaga los grandes bulos y que escribe en cualquier web creada para ello no se colegia ni se somete a este control, de forma que de hecho no funciona para controlar este tipo de desinformación”.
¿Bastan las leyes actuales y los jueces para luchar contra las noticias falsas?
“En el derecho civil y penal ya hay suficientes herramientas como para que se garantice que las noticias que se publican sean veraces y que, cuando no lo sean, esto tenga consecuencias”, opina Moreno. “En un Estado de derecho quienes deciden son los jueces, aplicando la ley. Que se pretenda sancionar de otra forma a los periodistas solo plantea riesgos inasumibles en una democracia”.
Pero el problema, en estos tiempos que corren, es que los tribunales son muy lentos (estamos hablando de que pueden pasar años para que haya una condena firme por injurias o calumnias, por ejemplo) y las redes sociales muy rápidas. “Pero eso es un problema del Estado, no del periodismo”, responde Moreno. “Que arreglen la justicia y sus tiempos en vez de inventar herramientas que van a generar más problemas que soluciones”.
“Hay cosas concretas que sí se pueden hacer”, argumenta Gallego-Díaz. Ella plantea, por ejemplo, la posibilidad de imponer judicialmente multas más fuertes en el ámbito del derecho civil. Multas que sean realmente disuasorias, que mentir cueste. Y, para que sea efectivo, que los tribunales actúen con mayor celeridad cuando se trate de informaciones que afecten a la reputación de las personas, a la salud pública, que puedan incitar a la violencia…
Un ‘sello de calidad’ voluntario para los medios
Más allá de las leyes, está la posible autorregulación de los medios. En Reino Unido existe una Comisión de Quejas de la Prensa con un código ético al que los medios se acogen voluntariamente. Cuando alguno es objeto de reproche, tiene la obligación de publicarlo. Hay muchos medios que no se apuntan, pero esto también aporta información a la ciudadanía, que conoce quién se ha sometido a estos estándares de calidad y quién no.
“Yo solo sería partidario de una alianza de medios que pudiera funcionar como una especie de sello de calidad al que se adscribe cada medio de forma voluntaria y que estuviera centrado sobre todo en mejorar la transparencia en cuanto a la financiación”, propone Moreno. “Por ejemplo, que todos tuvieran que aportar semestralmente información sobre sus ingresos, sobre sus gastos y sobre la publicidad institucional que reciben. Que las cuentas estén claras. Esto sería sin duda un primer paso que dejaría en evidencia muchas cosas. ¿Arreglaría el problema mañana? No. Pero mandaría el mensaje de que colectivamente los periodistas tenemos interés en aportar soluciones. Eso sí, poco a poco, como se hacen las cosas en una democracia. Porque meterse en los contenidos, más allá del control judicial que ya existe, es muy problemático”.
El nuevo reglamento europeo de medios de comunicación incide precisamente en este punto: en la necesaria transparencia en torno a los medios. A partir de agosto de 2025 serán obligatorias dos cosas: aclarar quiénes son los titulares directos o indirectos de los medios, con paquetes accionariales que les permitan ejercer influencia sobre el funcionamiento y la toma de decisiones estratégica, y declarar la publicidad institucional que se perciba. “La transparencia es fundamental para que los ciudadanos sepan a qué atenerse, quiénes son los que le están informando y qué intereses pueden tener detrás”, añade Gallego-Díaz.
La mayoría de las instituciones no hacen público el desglose de cómo reparten su publicidad. Un exdirector de un periódico nacional cuenta que, a comienzos de los 2000, se reunió con el presidente de una comunidad autónoma. Le preguntó por qué un medio que vendía menos ejemplares recibía sin embargo siete veces más dinero en publicidad institucional. El presidente lo negó primero, se escandalizó después -un poco al modo del “¡Qué escándalo, aquí se juega!” que decía el capitán Renault en Casablanca mientras recogía sus ganancias del casino-, y acabó diciendo que lo cambiaría… algo que jamás sucedió.
¿Qué es un medio de comunicación?
“Creo que es necesaria alguna regulación”, opina Ignacio Escolar, director de El diario.es. “La ley de prensa es de 1966, es una ley franquista, y lo que aún sigue en vigor de la misma es totalmente anacrónico y no se cumple”. El reglamento de la Unión Europea obliga también a que exista un censo de medios a través de un organismo independiente. “Esto tiene todo el sentido: un censo que deje claro qué es un medio, porque cumple con una serie de obligaciones, y“La transparencia debería alcanzar a todo, también a las redacciones”, defiende Morillo. “A veces no se sabe siquiera ni quién escribe en un medio porque usan seudónimos para parecer grandes cuando tienen a cuatro personas escribiendo. Esa opacidad va en contra de las buenas praxis y de los derechos de los ciudadanos”. “Es importante también que cada medio refuerce sus estándares de calidad y que además los explique públicamente, como hace por ejemplo el New York Times en su página web”, opina Suárez. “Que quede claro quién hace bien las cosas”. qué no lo es”, defiende Escolar. “Desde mi punto de vista, habría dos requisitos esenciales: que el medio haga público cómo se financia y quiénes son sus dueños y que se someta a un código ético independiente como el de la FAPE, por ejemplo. En ese caso, eres prensa. Si no, serás otra cosa, pero no prensa. Y esto deberíamos hacerlo los medios a través de la autorregulación antes de que nos obligue la ley en 2025, porque nos jugamos mucho”.
“La transparencia debería alcanzar a todo, también a las redacciones”, defiende Morillo. “A veces no se sabe siquiera ni quién escribe en un medio porque usan seudónimos para parecer grandes cuando tienen a cuatro personas escribiendo. Esa opacidad va en contra de las buenas praxis y de los derechos de los ciudadanos”. “Es importante también que cada medio refuerce sus estándares de calidad y que además los explique públicamente, como hace por ejemplo el New York Times en su página web”, opina Suárez. “Que quede claro quién hace bien las cosas”.
Hay pocas respuestas claras. Quizá, que hay que tener mucho cuidado con cualquier intervención, del tipo que sea, por los riesgos que supone; que hace falta más transparencia en torno a los medios, sus dueños y a sus relaciones con el poder político y económico a través de la publicidad; y que hay que defender colectivamente de alguna forma el buen periodismo, el rigor y las buenas praxis para que el oficio vuelva a tener un prestigio social que ha ido perdiendo, pero que tuvo. Cuando no estaba ejerciendo de superheróe, Superman era periodista.
Decía Gabriel García Márquez, que el periodismo es el mejor oficio del mundo.
Un comunicador puede desempeñarse como periodista siempre y cuando esté comprometido con la verdad, tenga habilidades y competencias para contar historias, le guste la investigación, valore la memoria social, reconozca las voces diversas y actúe en consecuencia.
Periodismo Marítimo (2)
El arte de preguntar como destreza periodística
El periodista no sólo es un profesional del ver, oír y contar; debe dominar el arte de escuchar y preguntar. Un periodista se pregunta y pregunta. Se pregunta qué es lo que sucede, lo que sucede en realidad y no lo que parece suceder o lo que otros dicen que sucede. Y pregunta a quienes están implicados en lo que sucede, a los que tienen conocimiento de lo que sucede, a quienes pueden explicar porqué sucede, a quienes disponen de elementos que ayudan a comprenderlo, contextualizarlo o desvelarlo. Preguntar es consustancial al ejercicio del periodismo, y toda actividad periodística conlleva el hecho de preguntar. No hay abordaje periodístico sin pregunta subyacente y no hay periodismo efectivo sin preguntas y respuestas congruentes.
En medio de ese preguntarse y preguntar el periodista debe saber escuchar, que no es lo mismo que oír (nótese la diferencia, dado el enojoso uso sinónimo que últimamente se hace de ambos verbos). Los chismosos oyen, los periodistas escuchan. La escucha implica una atención perceptiva analítica y crítica, un hacerse cargo de aquello a lo que se atiende para proceder a su discernimiento. La pregunta periodística implica: primero, elaboración reflexionada y consecuente; segundo, formulación en el momento y la situación oportunos; tercero, escucha atenta de la respuesta; cuarto, repregunta si cabe; quinto, contraste con otras respuestas (no sólo declaraciones sino documentos, datos y testimonios) después, y sexto, discernimiento de todo lo que la respuesta conlleva, las cosas a las que se refiere y el resto de respuestas obtenidas durante la indagación.
Como se puede ver, la pregunta periodística no es nunca intrascendente, trivial o aleatoria. En ella hay siempre propósito y método, y de ella se espera que aporte contenido informativamente relevante. Preguntamos para saber y para que nuestros lectores, radiooyentes o espectadores sepan. La curiosidad periodística no es personal sino una mediación respecto a la curiosidad del público y su derecho a conocer. Alguna vez algún personaje, molesto, me ha espetado “eso a usted no le interesa”, a lo que he respondido “por supuesto que no, pero a mis lectores sí”. Es comprensible que muchos jóvenes aspirantes a periodista les haga ilusión poder andar, más bien correr, detrás de los famosos, armados con un micrófono y lanzándoles preguntas de manera atropellada, pero eso no lleva a ninguna parte. Solamente la pregunta que puede ocasionar una respuesta significativa es la que importa, y la calidad del periodista se mide por la pertinencia de las preguntas que formula.
Saber preguntar implica saber repreguntar. A menudo es más importante la repregunta que la pregunta en sí, incluso esta puede estar formulada con objeto de lanzar acto seguido la primera. La repregunta, si es certera y bien reflexionada –y si hay suerte– puede abrir espacios más reveladores que la primera respuesta en sí. Para repreguntar hay que prepararse, elaborar una estrategia de posibilidades a partir de las preguntas planteadas, que incluye varias repreguntas posibles a hacer según resulte ser la primera respuesta. Es el periodista quien debe conducir, si puede, le dejan y sabe, conducir el diálogo informativo. Pero la pregunta periodística no es un interrogatorio. El periodista no pretende imponerse al personaje al cual pregunta, ni mucho menos intimidarle. La solvencia del periodista reside en la seriedad y la pertinencia de sus preguntas, que denotan su conocimiento del tema y del personaje, no de ninguna otra actitud o circunstancia.
Con el paso del tiempo, los personajes objeto de la atención periodística han aprendido a protegerse de las preguntas que pueden comprometer a la empresa, institución o intereses a los que sirven. Con ese objeto han aparecido en escena los gabinetes de prensa, los directores de comunicación y los diversos personajes dedicados a las tareas y estrategias de diversión de la atención periodística. En el mejor de los casos, el periodista es un mal necesario que deben soportar, porque no les queda más remedio o porque les interesa, pero ese mal puede, en su posición, ser atenuado o neutralizado. Nada más lógico, eso forma parte del oficio. Últimamente incluso se admiten comparecencias en las que no se admiten preguntas, a las que no debería acudir ningún periodista digno de tal nombre, pues basta en ese caso con la emisión de un comunicado, de modo que ni el compareciente ni los informadores pierdan su precioso tiempo. Pero el mal necesario que somos hace que, incluso en ese caso, la presencia personal del periodista sea requerida para beneficiarse de la escenificación de un simulacro de acto informativo, con lo que el informador deberá lanzarse al cuello del oficial de prensa al servicio del personaje para que suelte aunque sea migajas informativas e incluso off the records que le ayuden a uno a contextualizar. En la escena informativa todo tiene un precio y el rostro presente del periodista convocado aunque condenado a la mudez también lo tiene.
Como he dicho antes, los periodistas somos un mal necesario. Y entre nosotros y los personajes de los que informamos hay y debe haber un abismo que no debemos franquear, aunque a veces se pueda y se deba tender un puente para obtener información o mantener al día el cuidado de nuestras fuentes. Es la pregunta periodística el único elemento que debe cruzar ese puente, tanto de ida como de regreso, porque es lo que en última instancia sirve a nuestro público. El aprendizaje del periodismo implica el de la construcción de esa arquitectura comunicativa.